Otras miradas

Recuperar la decencia

Noelia Adánez

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología. MBA en gestión cultural. Editora y ensayista

Imagen de la manifestación contra la amnistía convocada por el PP en la madrileña Plaza de la Cibeles. REUTERS/Susana Vera
Imagen de la manifestación contra la amnistía convocada por el PP en la madrileña Plaza de la Cibeles. REUTERS/Susana Vera

Mientras Alfonso Guerra lamenta en prime time que ya no se pueda hacer chistes de homosexuales y enanos; mientras un periódico de derechas con sede y financiación madrileña pero conexión empresarial y editorial con la oposición venezolana a Maduro cuelga en redes vídeos de ministras de izquierdas diciendo cosas de izquierdas para señalarlas como peligrosas antisistema; mientras las protestas ultraderechistas en Ferraz se apagan y los vivas a Franco y a José Antonio se escuchan cada vez más lejanos (aunque se escuchan); mientras las muñecas hinchables que los acosadores exhibieron han vuelto a ocupar su lugar en las habitaciones de sus legítimos propietarios, incels que rayan en la cuarentena; mientras un eurodiputado de Vox de voz chillona y aspecto de seminarista arrepentido denuncia en Bruselas que Stalin estaría "orgulloso de Pedro Sánchez" y mientras el aspirante a líder de la oposición Alberto Núñez Feijóo sostiene que las protestas contra el nuevo Gobierno de coalición y la ley de amnistía son "terrorismo de segundo grado", el ultraderechista Netanyahu se ha prestado a firmar una tregua con Hamás, Milei (que ganó las elecciones berreando "Libertad, carajo") anuncia un recorte de ministerios y la privatización completa de la sanidad y Geert Wilders, el líder del también ultraderechista Partido de la Libertad (que comparte además con Milei y con Trump un extravagante diseño de peinado) ha ganado las elecciones en Países Bajos.

En España, la adalid de la libertad, Isabel Díaz Ayuso, cuyo liderazgo político se forjó y afianzó, como el de Milei, en plena pandemia y, consecuentemente, en un momento de excepcional restricción de derechos, escala posiciones y le come la tostada a un Feijóo cada vez más melancólico. Milei habla con su perro muerto a través de una médium y Ayuso fue la community manager del perro imaginario de su mentora, Esperanza Aguirre. El dextropopulismo y el ultraliberalismo no es lo único que el argentino Milei y Ayuso (que arrasa por cierto entre las comunidades latinoamericanas en Madrid, por lo que sea) tienen en común. Ya ven que ambos han tenido relaciones con perros muertos o imaginarios. Y eso, no cabe ninguna duda, deja huella.

Al Feijóo le pueden la morriña y le va a poder el más que predecible fracaso de su intento por europeizar su oposición a la amnistía, del que depende su estrategia de confrontar con Sánchez (el perro más vivo de todos los que hemos conocido en la política española) dando a entender que su gobierno, una vez más, es ilegítimo y poco menos que golpista.

No le funcionó su crítica al "sanchismo", una suerte de impugnación integral al anterior gobierno que le valió para las autonómicas y municipales pero que hizo aguas en las generales una vez que se verificaron sus pactos con Vox y la ciudadanía cobró conciencia real de lo que la presencia de este partido en las instituciones significa. Clarise Lispector escribió en La hora de la estrella que "los hechos son las palabras del mundo" y los hechos fueron quienes decantaron el resultado del 23J. Feijóo perdió una investidura impostada y perderá el liderazgo de la oposición mientras no se desvincule de la derecha extrema que, a su vez, saca partido de la desorientación del PP y recupera sus éxitos más sonados hurtando así del debate público su fracaso electoral y consiguiente pérdida de recursos económicos, el asunto de los dineros de Denaes, del autoritarismo interno y de sus inclinaciones cada vez más capillitas y radicales. Por devolverles un eslogan a ellos, a quienes tanto cuesta proferir soflamas políticas ingeniosas: "El dinero se termina, Buxadé está que trina".

Aunque busquemos la risa (Alfonso, ya no nos reímos de enanos y maricones, ahora lo hacemos de ti), lo cierto es que la cosa está muy fea. Las derechas han conseguido, gracias a la existencia de las redes sociales, los influencers, la celebrificación y memeización de la política, la infointoxicación y el infoentretenimiento (perdonen los palabros) difundir miedo, desconfianza, ira, odio y resentimiento a una extraordinaria velocidad y con una tremenda eficacia. Han aprovechado traumas preexistentes, algunos tan cercanos en el tiempo como el derivado de la pandemia y los confinamientos, y experiencias colectivas de diverso signo para validar un marco de percepción del mundo en el que el victimismo se ha colocado en el centro y, con él, un antagonismo que amenaza con quebrantar la convivencia.

Hablando de victimismo, Israel, un Estado que existe gracias a sublimarlo e hipostasiarlo, ha asesinado desde el pasado 7 de octubre a 14.128 seres humanos, de los cuales dos tercios son niños y mujeres. Casi 1,7 millones de personas, esto es, el 80% de la población de Gaza han sido desplazadas desde los execrables atentados perpetrados por Hamás que costaron la vida a unos 1.200 ciudadanos israelíes. Hay un genocidio en marcha ante los ojos del mundo y nuestra percepción de lo que ocurre viene determinada y a la vez reproduce el peso extraordinario que el victimismo tiene en la politización de los conflictos, de tal manera que solo es víctima quien politiza con un mayor nivel de éxito su agravio, imponiéndolo como el único verdadero y definitivo. Los demás no cuentan, son animales objeto de un odio profundo por lo que, llegado el caso, merecen ser exterminados.

Cientos de miles de personas en todo el mundo se sienten seducidas por un tipo de política del odio que se "consume" con absoluta pasividad e indulgencia y que apela al miedo y a la necesidad de combatirlo blindando, paradójicamente, unas democracias a las que en realidad usurpa sus pretensiones democráticas pues no se puede excluir, ningunear, pisotear y despreciar en nombre de regímenes pensados para garantizar y profundizar en la justicia y en la convivencia. Las izquierdas ya no son, en este escenario, dueñas de la protesta, porque la rebelión y la transgresión se han convertido en patrimonio de la derecha. La política se ha desprestigiado y el discurso público articulado tiene dificultades para difundirse aunque, cuando se sabe cómo hacerlo, llega.

Las izquierdas tienen enfrente una tarea monumental: devolverle a la política su sentido de transformación y a la sociedad su trama moral, la decencia. La política no puede ser solo diagnóstico, tiene que contener propuestas. Las derechas no tienen más propuestas que chapotear en el lodo del resentimiento social, el odio y el nihilismo ultraliberal. Emanciparse y separarse del victimismo que todo lo impregna y superar en cierta medida las políticas identitarias es condición para hacer y abanderar una política que nos salve de los estragos que el populismo de derechas está causando. Hay que buscar el modo de dignificar una política transformadora y desacomplejadamente de izquierdas para una sociedad decente. Hay que recuperar la decencia.

Más Noticias