Otras miradas

Qué hay de nuevo en el Urquinaona facha

María Corrales

Qué hay de nuevo en el Urquinaona facha
Manifestación contra la amnistía frente a la sede del PSOE en la calle Ferraz, en Madrid, a 21 de noviembre de 2023.- EFE/Borja Sánchez-Trillo

La buena política, como el buen arte, está siempre cocinada a partir de la fugacidad de lo nuevo y las tendencias de lo viejo. Mi pasión por ambas disciplinas se podría resumir en esa creatividad común que exige completar a mano alzada el mapa de la realidad que la rigidez de la escuadra y el cartabón de la Historia dejan siempre inacabado. Es por eso por lo que, quizás, estos días he tendido a interesarme más por la espontaneidad de las manifestaciones en Ferraz que por los discursos de Partido Popular y Vox en el Congreso; palabras con fecha de caducidad ante el previsible cambio de agenda que va a vivir la derecha como consecuencia de más de dos semanas de protestas ininterrumpidas. Siguiendo la metáfora, empecemos, entonces, por los trazos lineales: ¿qué hay de viejo en estas protestas?

En la derecha española, aunque no sólo, existe una constante histórica: la visión patrimonialista que considera ilegítimo todo poder que no ejerzan ellos mismos. Una convicción sobre el Estado que les ha permitido impedir, sin sonrojarse, la renovación del Consejo General del Poder Judicial y defender en las calles cualquier retroceso de sus posiciones. Así sucedió con ley del aborto o el matrimonio igualitario. A su vez, tampoco podríamos decir que nos sorprenda la existencia de grupúsculos de extrema derecha quienes, gracias a la fuerte entrada con la que cuentan en el mundo de los ultras de fútbol, acumulan en sus currículums una experiencia más que demostrada en lo que a la confrontación con la policía se refiere.

No es extraño, tampoco, que después de cuatro años situando en la ilegitimidad los pactos con el independentismo sea la Amnistía la que encienda la mecha del listado de agravios contra Pedro Sánchez ni que los rojos y los separatistas sean, de nuevo, los protagonistas de la Anti-España. Hasta ahí, podríamos decir que todo encaja en la posición antagonista que Partido Popular y sus socios de Vox han ido ensayando a lo largo de los años contra cualquier Gobierno que oliera a izquierda. Sin embargo, si ampliamos el foco en los cánticos, manifestantes, símbolos e imágenes que nos han llegado estos días desde Ferraz, es evidente que algo se ha descontrolado en la derecha. Y es que detrás de un Feijóo envalentonado ante las cámaras, existe, en realidad, el grito impotente y ciertamente destituyente de mucha gente que después de estas semanas no va a volver a leer la política de la misma manera. Veamos, entonces, un pequeño esbozo a mano alzada de dichos elementos:

1- No es el 15M, es Urquinaona. Algunos analistas han comparado las convocatorias en Ferraz con el 15M. Se ha escrito desde la izquierda y se ha deseado fuertemente desde las derechas a través de calificativos como "despertar nacional" o "la España Insumisa". En algunas columnas se ha llegado, incluso, a reclamar un líder que pudiese representar dicha indignación. Este esquema, propio de movimientos como el que representó el 15M, tiene que ver con la concepción de la construcción de una nueva mayoría política amplia, diferente a los ejes que estructuraban el parteaguas de la sociedad hasta el momento. Sin embargo, esto no es lo que ha sucedido estos días en las calles españolas. El campo de las demandas de la derecha no se ha ampliado a un público nuevo; lejos de ello, lo que se ha sucedido es que se han recrudecido las posiciones de un mismo sector. Siguiendo el símil, las derechas no han vivido su 15M, han vivido su Urquinaona: un gran momento de expresión de su rabia derivada de una derrota política; en su caso, la electoral y la Amnistía.

2- La bandera agujereada, símbolo de una nación sin Estado. La bandera constitucional sin escudo ha sido, sin duda, el símbolo más claro de estas protestas. Un emblema que, además, se iba multiplicando a medida que pasaban los días; es decir, a medida que aumentaba la tensión con la policía y, por lo tanto, la desafección con la fuerza coercitiva del Estado que es, siempre en estas situaciones, la representación del Estado mismo. Ha sido muy común escuchar declaraciones de manifestantes atónitos ante el hecho de que los antidisturbios actuaran contra quién había salido a la calle a "putodefender España".

Estas palabras reflejan, sin duda, la posición de clase de quién está acostumbrado a que la ley esté hecha a su medida; sin embargo, hay algo más: la ruptura emocional en directo de quién ha interiorizado que las instituciones ya "no le representan". ¿A quién no representan, al pueblo? No, no representan a la "nación". Una nación, en su caso, entendida como una entelequia preexistente que es independiente de la propia actuación de quién se estaba manifestando. De hecho, si nos fijamos en el manifiesto fundacional de Junta Democrática, uno de los grupos convocantes y, probablemente, el más interesante por su originalidad, podemos leer la mejor explicación del significado de este nuevo símbolo: "La Nación Española no reconoce la autoridad ni legitimidad para gobernarla ni regir su vida en sociedad de ningún Estado cuya forma jurídica no haya sido elegido por aquella tras un periodo de libertad constituyente". Conclusión: para esta nueva derecha quién detenta la legitimidad no es el pueblo, ni siquiera el pueblo-nación, es, de hecho, la nación sin pueblo.

3- La república bolivariana ha llegado, pero por parte de las derechas. Finalmente, todos estos elementos comentados anteriormente confluyen en la culminación de una tendencia que ya estaba produciendo en España: su mimetización con los partidos opositores a los gobiernos socialistas y democráticos de América Latina. Una posición que tacha de dictadura cualquier mínima reforma del Estado en un sentido progresista y que, por lo tanto, no respeta la alternancia democrática hasta el punto de querer provocar, vía desórdenes públicos, un cambio de Gobierno. Las "guarimbas" en Venezuela lideradas por Leopoldo López son, sin duda, el mejor ejemplo de ello. Antes de que el lector se ponga las manos en la cabeza pensando que esto en España es imposible, le daré la razón: efectivamente, esta estrategia no busca derrocar al Gobierno, pensar eso sería infravalorar demasiado a Vox. No obstante, lo que sí es capaz de hacer es generar un fuerte desgaste a la vez que tensiona una parte de la sociedad española hacia posiciones cada vez más antagónicas con el PSOE; es decir, hacia las posiciones de Vox. Este es, a mi parecer, el objetivo de Santiago Abascal quién, con toda seguridad, recogerá las protestas de estas semanas como gran hito fundador de su nueva estrategia política.

Como en todo acontecimiento, es difícil entrever cómo afectarán los sucesos de los últimos días a la cultura política de la derecha y, por lo tanto, de una parte muy relevante del país. Por el momento, sólo podemos trazar algunos de los elementos nuevos que han dejado en el aire y esperar a ver si, efectivamente, éstos acaban sedimentando en un nuevo bloque político que transforme sustancialmente el juego democrático en España. El Gobierno de Coalición y su herencia se jugará, también en parte, en esta posibilidad.

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