Otras miradas

La Constitución, su Imperio romano

Israel Merino

Periodista. Autor de 'Más allá de la noche'

En un examen de Cono (no recuerdo si en quinto o sexto de primaria), la profe Marcela nos preguntó qué era la Constitución Española. Sigo sin saber la respuesta, pero creo que he entendido por fin la pregunta.

Aquí cada uno, dice un muy buen colega mío, tiene sus obsesiones y filias. Por ejemplo, yo baso mi personalidad en escribir columnitas literarias en prensa; mi amigo Luis, en ser platino en el League of Legends; Anuel, en montarse películas con el FBI; y toda una generación de políticos, periodistas y famosetes en considerarse constitucionalistas, aunque ni ellos sepan exactamente lo que eso significa.

Hace ya unos meses, se pusieron de moda en Tiktok vídeos de chicas, la mayoría de ellas jóvenes, que se grababan preguntándoles a sus novios y amigos heteros si pensaban mucho en el Imperio romano. Por algún motivo entre perturbador y curioso, muchos respondían que sí, que al menos una vez a la semana pensaban en la vieja civilización de los gladiadores, los legionarios y los mosaicos, aunque no tuviesen una explicación concreta del motivo. Simplemente, alegaban que se sorprendían pensando en aquellos años (que consideraban gloriosos) de bacanales y conquistas.

El caso es que en España tenemos una generación, esa que alcanzó su vigorosidad durante los años alrededor del 78, que encuentra en la Constitución Española su particular Imperio romano. Más veces de las que les gusta reconocer se sorprenden a sí mismos pensando en ese fabuloso texto encuadernado con piel de la buena e hilitos de oro, y fantaseando con que se hable más de él en los medios de comunicación (esto es broma, claro: creo que es materialmente imposible hablar más de la Constitución).

Cuando les preguntas por su ideología, cosmovisión o planteamientos, simplemente te responden que son constitucionalistas, como medio invitándote a que busques en esas páginas una respuesta iluminadora al puro estilo del arzobispo de Toledo en el Evangelio de San Marcos.

Antes de que salten las alarmas por ahí, quiero matizar que no soy constitucionalista, pero tampoco anticonstitucionalista. Quiero decir, la Constitución me gusta y me parece un conjunto de leyes, derechos y obligaciones que están bien, molan y sirven para regular el funcionamiento del Estado, pero creo que es un poco tramposo basar toda tu personalidad política en un texto legal. No sé, es como si yo me autodenominara codigopenalista.

Más allá de su función meramente regidora (o sea: de regular), no entiendo esa cultura que se ha gestado a su alrededor. De hecho, no es solo que no la entienda, sino que me huele un poco a humedad.

Todos los que claman por ella y cantan bachatas lentas a su paso no son realmente constitucionalistas, sino conservadores; esa carta legal que tanto les gusta no les gusta de verdad (o no más que la de, yo qué sé, Alemania): lo que realmente les mola de la Constitución Española son los tiempos en los que se escribió, cuando aún comprendían el mundo del que formaban parte.

Cada vez que alguien plantea reformarla para lo que sea, los constitucionalistas se amotinan en teles y diarios advirtiéndonos de que no se puede romper su orden, como si se tratara de una bitácora de mármol sobre la que debemos dormir ad aeternum para dedicar el dolor de nuestras cervicales a los padres de la Transición.

Obviamente la Constitución debe reformarse, adaptarse y modernizarse; la Constitución no debe ser un búnker, sino un reflejo de la sociedad española y

su progreso. Porque la sociedad progresa, aunque finjan que el peak de España fue durante el maldito 1978.

Los constitucionalistas, si es que lo quieren ser de verdad, deben dejar de ver en la Carta Magna un Imperio romano por el que llorar y sentir nostalgia, y empezar a entenderla como un recurso que adaptar según va avanzando la cosa, que algunos somos muy jóvenes y también queremos saber qué se siente al redactar las leyes que marcarán nuestras vidas.

Ahora, si Marcela me volviera a preguntar qué es la Constitución Española, le respondería que un trend de TikTok, una personalidad, un búnker o una sordera. Y no me gustaría que fuera nada de esto, la verdad

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