Otras miradas

Paz, lujuria y opulencia

Israel Merino

Carlos Luján / Europa Press
Carlos Luján / Europa Press

Escribir sobre una generación entera es tan complicado como hacerlo sobre un país o un planeta o una subespecie de coral caribeño.

Charlaba el otro día con mis compas en El Olivar, un descampado gris que separa Alto de Extremadura de Los Cármenes y al que el Ayuntamiento de Madrid llama parque, cuando uno de ellos dijo una verdad dolorosa:

– No se puede vivir solo bien. No, no. O vivimos mal o pegamos el pelotazo.

Aquella frase, tan plagada de verdad y tan poco pretenciosa y tan bien esgrimida desde unas sillas de plástico sobre una zona de Madrid que todavía tiene canchas de basket con el cemento erizado, explica a la perfección todo. Explica por qué Ayuso arrasa en esta ciudad y por qué Bukele levanta pasiones autoritarias en medio mundo y hasta la romantización del narcotráfico y el auge de las criptomonedas.

El neoliberalismo ha jugado mejor que nosotros y ha ganado; los marcos con los que se construye el sentido común, que decía Gramsci que se debían conquistar, son de su propiedad. Quizá no hayan ganado del todo porque aún quedan unos minutos en el contador, pero lo cierto es que vamos 25 - 115.

No me voy a poner a dar números porque las desalentadoras gráficas están en Internet para el que quiera verlas, pero no hacemos más que perder el escasísimo poder adquisitivo que los pobres habíamos ganado mientras presenciamos también cómo los de arriba, los que tienen cuentas con muchos ceros y pocos decimales, intentan cortar la única cuerda que nos unía un poco a ellos: los servicios públicos.

En este contexto, vivir se ha vuelto una putada y prosperar un imposible. No sé con quién te juntarás tú, pero casi todos con los que yo lo hago trabajan (muchos, incluso, en varios sitios a la vez) y ninguno de ellos puede vivir en una casa en la que entre algo de luz.

Los centenials, los de la generación Z, nos hemos criado en esta coyuntura, intercalando en nuestros recuerdos de infancia capítulos completos de Código Lyoko y especiales en La Sexta sobre la nueva crisis financiera que nos estaba reventando, y nos hemos vuelto cínicos e individualistas y descreídos.

Hemos llegado a la conclusión – no digo que esté bien, solo te lo cuento – de que haciendo las cosas como se supone que se deben hacer no vamos a conseguir nunca nada. La única salida que muchos ven a esa conclusión es pegar el pelotazo, signifique eso lo que signifique.

Rapea Cruz Cafuné en How Does It Feel que lo que él quiere es paz, lujuria y opulencia, y lleva razón; lo que todas las generaciones quieren es tranquilidad, sexo y abundancia económica, sin embargo, la mía ya no lo encuentra en lo colectivo – porque no lo hay – y en vez de corregirlo prefiere jugar, aun sabiendo que va a perder, al pelotazo. Salimos con el bucal porque sabemos que nos van a partir la boca, pero supongo que eso es mejor que sentarse eternamente en sillas de plástico ennegrecido.

Tenemos que encontrar una respuesta colectiva, tenemos que ser capaces de convencer con fe y certezas de que la solución no pasa por jugar con criptomonedas ni por mover un Peugeot 206 con medio kilo por la calle Sepúlveda – saludos al Grupo de Delitos Telemáticos –, pero no podemos insultar a los que están convencidos de que esa es la solución, pues no nos harán caso. Tampoco podemos permitirnos regalarles esta respuesta colectiva a los que se enrocan en reivindicar el pasado y decir que nuestros padres vivieron mejor, pues su interés político es otro.

Convenzamos a los pibes de El Olivar de que hagan basket, no boxeo.

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