Otras miradas

Los ricos no pagan

Marta Nebot Sánchez

Imagen del 'Monopoly' / PixabayEmpezaré por la conclusión final: no nos respetan, no nos temen, no disimulan, confían en que esta democracia no cambia nada, nos tienen presos de nuestra desidia y de nuestra ignorancia.  

Y ahora voy con las presentaciones: Los Ricos no pagan IRPF interesa tanto como cabrea. Es un libro que debería ser de lectura obligatoria y también hacer algo con el cabreo. Soy una pacifista convencida pero no se me ocurre nada mejor por lo que ponernos a arañar pizarras o a quemar contenedores, por lo menos.  

 Lo han escrito Carlos Cruzado y José María Mollinedo, técnicos del Ministerio de Hacienda, al frente del sindicato que los aúna y representa, GESTHA. Ambos son conocidos entre los periodistas como los oráculos fiscales a los que muchos nos encomendamos ante las dudas —y no me refiero a las que surgen ante la declaración de la renta.

Ha habido tantos escándalos fiscales, tantos líos, tanto pícaro español o ladrón —si lo pensamos bien y no le ponemos nacionalidad—. Ambos han ejercido una función social importante señalando las incongruencias de los políticos de uno y otro signo, denunciando lo que todos deberíamos denunciar todo el rato. Ahora, además, han escrito este libro que resume la historia fiscal de nuestra democracia.  

La frase del título, "Los ricos no pagan IRPF", la eligieron porque fue pronunciada por dos presidentes del Gobierno en las antípodas: José María Aznar, en 1998, y Pedro Sánchez, en 2018. Yo la habría dejado más corta. 

Pero ciñéndome al impuesto del título, lo que han hecho con él, en poco más de cuarenta años, es cargarse la progresividad y perdonar a los que tienen un montón de pasta. El impuesto aparece a finales de los 80. Los tipos marginales máximos eran de más del 65%. Sí, había quien pagaba más del 65% de su renta porque, como ahora, los había que ganaban muchísimo. A finales de los 90´ los tramos máximos eran del 55%, a partir del 2000 del 47%, y ahí de momento pararon estas rebajas para ricos. Los tipos mínimos están sobre el 20%, al principio llegaron a situarse por debajo del 10%. Entonces había más de treinta tramos distintos, de verdad se pagaba diferente en cada escalón de renta. Hoy solo hay seis tramos, separados por abismos. 

Además el impuesto de sociedades también premia a los más grandes. Según los datos de 2021, las empresas españolas que facturan más de 1000 millones tributan el 5,73% de sus beneficios; las que facturan entre 50.000 y 100.000 euros lo hacen por más del doble, el 13,19%. 

El impuesto de sociedades ha bajado del 35% al 25% en estos años. Otra rebaja gigante. En esto la evolución ha sido parecida en todo el mundo.  

Y una pensaría bueno vale ellos se benefician más en el día a día pero con lo recaudado, cuando vienen las crisis, el Estado se ocupa de ayudar más al que más lo necesita. Pues no, querido contribuyente. Tras la crisis de 2008 que duró hasta 2016, cuando se recuperó el volumen de la economía, la agencia tributaria dejó de investigar de forma preferente la evasión fiscal en el sector inmobiliario, perdonó las grandes deudas pendientes y denegó las solicitudes de aplazamiento y fraccionamiento de las autoliquidaciones de la campaña del IRPF de 2007.

Ese mismo año, sin embargo, permitió a las empresas, por primera vez, aplazar el ingreso de las retenciones en nómina. Es decir, levantó los brazos ante los fraudes gordos, perdonó las grandes deudas, ayudó a los empresas dándoles más plazo y no permitió que el contribuyente de a pie pudiera fraccionar, como siempre, sus pagos. El mensaje es pura destrucción masiva de la conciencia fiscal de un país, que ya de por sí la tiene subterránea: Tú paga aunque el que más tiene y defrauda no lo haga; a las empresas se lo ponemos más fácil y a ti, querido contribuyente, jódete y paga.  

Según la cifra actualizada del Banco de España a 31 de diciembre de 2017, el rescate bancario nos costó 64.349 millones de euros, deducido lo recuperado y lo estimado que se recuperará. Es decir, cuando Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo de visita en España en 2013, me dijo delante de una cámara que los bancos tendrían que "devolver el dinero (...) en el futuro " digamos que se equivocaba. De Guindos nunca respondió a esa pregunta.  

Y, tú pensarás, querido contribuyente, pero con tantas facilidades cuando incumplen la ley seguro que se les castiga como dios manda. Lo que ese poder superior hace es un misterio o leyenda urbana. Lo que hace el poder de los hombres en este país es seguir arrodillando al Estado ante el dinero, salga de donde salga. "Las leyes penales están pensadas para el robagallinas y no para el gran defraudador", declaró en 2014 Carlos Lesmes, el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial.

El libro incluye muchos ejemplos que llevan al refrán de "dicen que llueve " pero que el líquido es amarillo y huele a otra cosa.   A todo esto hay que sumarle las amnistías para ricos, los paraísos fiscales, los favores y perdones múltiples e inexplicables al rey emérito y a la infanta Cristina y otros muchos escándalos.

Cruzado y Mollinedo se atreven hasta a contar el funcionamiento de la agencia tributaria, dirigida por el poder política, que tiene a casi el 80% de sus efectivos persiguiendo al pequeño y mediano contribuyente del que recaudan de media 1000 euros. La impunidad de los asesores para evadir y eludir impuestos, las puertas giratorias de la agencia a los trabajos para presuntos grandes defraudadores.

Sobre la situación actual fiscal de España su análisis es tan claro como el agua: las cuentas no salen porque aquí los que más tienen no pagan más y porque la economía sumergida es muy profunda. La recaudación total en relación al PIB entre 2007 y 2021 se ha mantenido 6 puntos por debajo de la media de la Unión Europea, el gasto social es entre 5 y 8 puntos inferior al de sus principales países y la deuda pública es monstruosa (pasó del 35,8% del PIB en 2007 al 116,8 en 2021). Si se aplicara la misma presión fiscal que en el resto de Europa recaudaríamos unos 40.000 millones más al año. Con eso nuestras cuentas saldrían mejor y habría más margen para incrementar nuestros gastos sociales, mientras se genera conciencia fiscal contra la economía sumergida en la que nadamos todos.  

Por todo esto, un puñado de afines (Ernesto Ekaizer, Pilar Velasco, Carlos Sánchez Mato y una misma) presentamos este libro el martes pasado en una librería madrileña, Traficante de Sueños. Allí los autores contaron que no es solo soñar lo que necesitamos y que algunos avances a nivel mundial está habiendo. El levantamiento del secreto bancario avanza lento pero está avanzando, el impuesto del 15% para las multinacionales, residan donde residan, también lo está haciendo y las grandes instituciones económicas, incluso las más conservadoras, están empujando a favor de recuperar progresividad y gravar más a los ricos.

Después de escucharles y de recordar que Pedro Sánchez lleva en su programa electoral la reforma fiscal y que en el acuerdo de Gobierno con Sumar también sale, me autopercibí algo más esperanzada —quizá por que así lo había decidido de antemano, poniéndome para la ocasión una chaqueta verde esperanza—. Mejor eso que darme tortas hasta que sangre.

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