Otras miradas

La esperanza yanqui

Marta Nebot

La esperanza yanqui
Gene Blevins / Zuma Press / ContactoPhoto / Europa Press

Cada vez que la humanidad se rinde, renace la esperanza. Somos una especie increíble y sí, me voy a poner megacursi, pero también voy a intentar pensar.  

Tras creernos que la juventud ha muerto, que no tienen espíritu de protesta, que solo van a lo suyo, que son de cristal, que son seducidos por la ultraderecha, que el consumismo y las redes los tienen presos y enfermos, que la masacre de Gaza es inevitable en pleno siglo XXI y que, por lo tanto, seguimos siendo impotentes ante las grandes injusticias que nos joden el mundo, aparece la movilización de estudiantes en Estados Unidos jugándose el cuero y arriesgándose a provocar la vuelta de Trump por ponerse del lado correcto de la historia, del lado de la humanidad.  

Sí, confieso que he llorado viendo las imágenes de los enfrentamientos con la policía. Sí, lo he hecho esbozando una sonrisa. Hasta riendo de alegría. No estamos muertos. Queda sentido común, esperanza y rebeldía.  

¿Por qué se juegan el futuro esos universitarios de universidades carísimas por el alto al fuego en Gaza para que sus universidades corten sus relaciones económicas con un país que mata y remata? La matrícula anual de la Universidad de Columbia cuesta unos 70.000 dólares, la de Yale unos 80.000, la del MIT 60.000. En esos campus es dónde prendió la protesta, dónde empezaron las acampadas y detenciones, dónde se han llevado golpes de la policía, dónde se han puesto en huelga de hambre y de todo lo demás. Seguro que muchos son hijos de papá, pero otros quedarán hipotecados varios años tras su paso por semejante universidad y otros becados se arriesgan a tener que dejar de estudiar. Ninguno tiene poco que perder ni mucho que ganar, en términos capitalistas. Sus vidas, pase lo que pase en Gaza, en esos términos, no van a cambiar. Pero, en otros términos, se lo juegan todo: la dignidad y el futuro propio y ajeno.


Quizá lo peor de esta era posmoderna –que irá ya por el 14 o por el 15.0– es que perdidos en el océano de consumo –sobre todo de tiempo– nos distraemos de que la historia depende de nosotros, de que no vivimos en un videojuego programado solo por otros, de que la dignidad y el amor propio solo nacen del orgullo por uno mismo, de ése que no está en el mercado, que solo brota de la coherencia entre nuestras ideas y nuestros hechos, ése del que nos acordaremos cuando llegue el momento de despedirnos.

Biden tendrá que encontrar la manera –que no ha encontrado hasta ahora– de parar a Netanyahu o de parar el sentido común de sus jóvenes no alienados, que empiezan a ser muchos. El mantenimiento de su aliado fundamental en un terreno estratégico y complejo como es Oriente Medio no puede seguir justificando un genocidio inenarrable retransmitido por sus víctimas minuto a minuto.  

De eso dependerá su presidencia. De eso depende la legitimidad de Estados Unidos y de Occidente como los garantes de la libertad y de los derechos humanos.  


¿Cómo si no prevenir el terrorismo islámico? ¿Cómo si no pretender seguir siendo el bueno?  

Como buena española progre, con rencores más o menos escondidos por el abandono a nuestra república y sus acuerdos con Franco, por el OTAN sí tras el OTAN no, por Irak y por toda su historia golpista en Latinoamérica y en medio mundo, me cuesta reconocer méritos a los norteamericanos, pero reconozco que sus movimientos civiles han cambiado la historia para mejor.  

Después de más de cincuenta años, tras su pelea contra la guerra de Vietnam en 1968, han vuelto las detenciones masivas en los campus.  Ya van más de 2.500 estudiantes arrestados en cerca de 40 universidades en 25 estados, desde que la Policía de Nueva York desalojó a los primeros en la Universidad de Columbia. 


La mecha está encendida. En Francia, Reino Unido e Italia empiezan a imitarlos. En España, en la Universidad de Valencia, ya han acampado y en la de Alicante anuncian acampada para el lunes 6 de mayo. 

La diferencia obvia entre la movilización del 68 y la de ahora es que entonces los muertos eran también de carne propia. Se calculan entre un millón y tres de vietnamitas y cerca de 60.000 soldados estadounidenses muertos en aquella guerra absurda. Lo de esta vez, en cambio, es puro altruismo. A estos estudiantes no los reclutan obligados. No serán ellos los que vuelvan en cajas de pino cubiertos por la bandera o con el alma hecha mierda. Lo de esta vez es más meritorio y más frágil. 

Ojalá este nuevo giro esperanzador de la historia no se tuerza.   

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