El temblor de 7,8 de la tierra que acaba de enterrar a, al menos, 40.000 personas en Turquía, no era ninguna sorpresa en una región ubicada sobre las fallas geológicas más peligrosas del globo. Tampoco son una sorpresa cuando suceden en Japón, pero con una gran diferencia: el seísmo de 7,4 que sacudió Fukushima en 2022 dejó una decena de víctimas y el anterior, de 9,1 de intensidad, y además acompañado de un tsunami, quitó la vida a cerca de 20.000 personas, todavía menos que el reciente terremoto de Turquía, país que en 1999 sufrió otro temblor con 18.000 fallecidos. La conclusión es obvia: en el país euroasiático las cosas han ido de mal en peor, desmintiendo a Erdogan que culpaba a Dios de la catástrofe política que acaba de ocurrir.
No hay "dolorómetro" capaz de medir el sufrimiento de los sepultados vivos y de los salvados en esta tragedia cuyas dimensiones están siendo ocultadas por la dictadura de Tayyeb Erdogan, que ejerce un férreo control sobre los medios de comunicación y que además bloqueó el Twitter, impidiendo que los internautas difundieran las noticias de la devastación. Luego, con el fin de no escuchar los llantos de los miles de niños atrapados bajos bloques de cemento y hierro, esperó tres días para levantarse de su sofá dorado, incrustado en un palacio antisísmico de 1000 habitaciones y visitar las zonas afectadas, que había albergado 13,4 millones de personas, y que no por casualidad, eran las menos desarrolladas del país.
Si el régimen de Erdogan ya tenía escasas posibilidades de salvarse, de cara a las elecciones presidenciales del próximo mayo, ahora sólo un milagro le podrá mantener en su trono.
Factores que pueden acabar con Erdogan
La principal es su nefasta gestión del terremoto y sus consecuencias:
- Allí no se veía ni un solo soldado del ejército (¡el segundo de la OTAN!) en inexistentes operaciones de rescates, por el temor a un golpe de Estado o un empoderamiento de los militares opositores.
- No crear un comité de coordinación a nivel estatal ni mandar equipos pesados y otros recurso hasta días después. Al perseguir a las ONG ni la sociedad civil pudo ayudar a sus compatriotas, como se debía.
- Que Turquía no fuese un estado federal y todo el poder esté concentrado en Ankara y además en manos de un superpresidente provocó que las autoridades de otras regiones no pudieran enviar ayudas eficaces y a tiempo. Este régimen, que aumentó su gasto militar en un 86% en la última década hasta alcanzar los 20.400 millones de dólares en 2019, carece de un sistema de advertencia rápida para prevenir los desastres naturales, medios de rescate y de una red de defensa civil, evidenciado también durante los incendios forestales del agosto del 2021.
- La vida ha puesto los pies del mandatario megalómano turco -que había prometido, no pan y bienestar para el pueblo sino izar la bandera turca en la superficie lunar-, en el suelo.
- Sus medidas económicas provocaron, el año pasado, un aumento de los precios del 85% (aunque bajaron a 57% en enero). El valor de la lira frente al dólar está en una décima parte en los últimos diez años. Este terremoto, sin duda, llevará a más ruina a la economía capitalista-islámica de Erdogan.
- Por el egoísmo electoral, el presidente turco ha prohibido que los alcaldes (de otros partidos) acudiesen a las zonas donde han sido necesarios recursos y miles de manos.
- Al colocarse en el centro de todos los escenarios, el presidente-candidato puede también recibir todos los golpes. A pesar de sus promesas, el gobierno islamista no tenía ni tiene ningún plan para enfrentarse a los desastres naturales. Es más, el fondo creado para destinar a tales situaciones, que según la oposición ascendía a 37.000 millones de dólares, estaba vacío. Lo habían gastado las empresas vinculadas al gobernante Partido Justicia y Desarrollo y a la propia familia de Erdogan en proyectos de construcción de ferrocarriles, desarrollo de aeropuertos (¡en la zona de terremoto, ignorando los informes de ingenieros!). Turquía ocupa el puesto 64 en el ranking del índice de Percepción de la Corrupción. El escándalo de corrupción del 2013 reveló la conexión del clan Erdogan, entonces primer ministro, con empresas privadas: había mandado, según los informes, unos 30 millones de dólares a su hijo para mover en efectivo (sobornos recibidos por los proyectos de construcción) a otro lugar cuando iban a inspeccionar su residencia. A las pocas semanas, los acusados fueron liberados y los que denunciaron el robo de las arcas públicas encerrados. Lo mismo pasó con los periodistas que publicaron las imágenes de los camiones llenos de armas para Daesh en Siria, camuflados con la bandera de "ayuda humanitaria".
Las medidas de Erdogan para salvarse
- Prometer el pago de unos 500 euros mensuales a las familias damnificadas, mientras reconstruye sus casas (supuestamente) en un año.
- Condonar los préstamos bancarios de unos cinco millones de ciudadanos más empobrecidos.
- Inyectar su narrativa en la sociedad a través del control que ejerce sobre los medios de comunicación ocultando la verdad sobre el desastre (como que algunos edificios derrumbados tenían solo un par de años), y luego, responsabilizar a los "constructores" para ocultar el inexistente control de los organismos del Estado, que para más inri se han convertido en "gubernamentales" y al servicio suyo. La mayoría de los medios impresos y las televisiones privadas son propiedad de empresas con vínculos estrechos con el gobierno.
El discípulo turco de Maquiavelo también cuenta con otros recursos que podrá utilizar en la víspera de los comicios de mayo:
- Pedir el apoyo de la "diplomacia del dinero" de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos o Qatar para la reconstrucción de las áreas afectadas a cambio de concesiones en Libia, por ejemplo, donde manadas de buitres se pelean por el cadáver de la primera reserva del petróleo de África.
- Intensificar sus huecas posturas "antioccidentales". El dirigente del mini-imperialismo turco es consciente de la popularidad de estos gestos entre las masas indoctas de Oriente Próximo: otra quema del Corán en un país europeo le vendrá de perla.
- Provocar una crisis fuera del país como cortina de humo, desviando la opinión pública de la crisis interna. Al negar (provisionalmente) su voto en favor de la integración de Suecia, no es que esté impidiendo la expansión de la OTAN, sino poniendo en subasta su papeleta tanto ante EEUU como ante Rusia.
- Posponer las elecciones si considera que le conviene, a pesar de que, para la oposición, los comicios solo se pueden aplazar en caso de guerra.
- Impedir vía denuncias judiciales la participación en las elecciones presidenciales a su principal rival, Ekrem Imamoglu, el alcalde socialdemócrata de Estambul. Los tribunales ya le condenaron a dos años y siete meses de prisión e inhabilitación política por insultar a los miembros del Consejo Supremo Electoral y ahora pueden añadir la acusación de presuntos vínculos de su equipo con el grupo "terrorista" kurdo, el PKK. En Turquía no gobiernan las leyes sino Erdogan y su partido de extrema derecha islamista, que ha llenado las cárceles de periodistas, políticos, universitarios, líderes de la sociedad civil, artistas, jueces, militares, etc. Desde el 2014, se han investigado 160.000 casos por "insultar al presidente".
EEUU y la Unión Europea rezan para que Erdogan, este dictador independiente, no salga en las urnas. Su caída para Turquía significaría, como promete la oposición, el regreso al parlamentarismo anulando el presidencialismo promovido por el Sultán turco, sin que ello afectara al capitalista con la supraestructura subdesarrollada actual; para la región, sería un duro golpe al islamismo que vive sus últimos momentos de su tenebrosa vida en el vecino iraní, y a nivel mundial, beneficiaría a la OTAN y perjudicaría a Rusia.
Comentarios
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