Carta con respuesta

¡Más madera!

Los tiempos han cambiado y al pretender mantener su injusto monopolio, obligando hasta a los muertos de otras creencias a ir a misa, tener su funeral en la catedral católica, con presencia exclusiva del Gobierno, los obispos se han pasado demasiado. Esto puede ser un hito en la historia religiosa de España, acelerando su ya notable pérdida de poder político. Con toda razón jurídica, la Alianza Evangélica ha amenazado con denunciar ese atropello ante la Unión Europea. Pero al añadir que está dispuesta a no protestar si las autoridades asisten también a su funeral evangélico, muestran que no son mejores, ni más fieles al Evangelio, que los obispos católicos, al menospreciar así, olímpicamente, a las víctimas que no son ni católicas ni protestantes, y no exigir un funeral público justo para todos.

FELIPE SEARA NAVARRO MADRID

Un funeral público justo para todos? Entonces, al parecer, ya ha quedado bien establecido que entre las víctimas no había ningún ateo. Ni uno solo. No me sorprende, cada vez somos menos. Tal y como yo lo veo, la cosa no es tan complicada. ¿No se puede realizar cualquier tipo de ceremonia sin sotanas? ¿Por qué tiene que ser una misa? ¿Por qué tiene que haber curas presentes?

Este Gobierno entiende que la libertad en materia religiosa es que haya más religiones, funerales ecuménicos polivalentes, misas concelebradas por rabinos, ayatolás, imanes y hasta ministros de la Cienciología traídos directamente de California con sus gafas de sol puestas. Algunos, muy pocos, pensamos que la única garantía de libertad es que el Estado sea laico de verdad. La solución no es que, en lugar de un cura católico, haya todavía más curas de todas las creencias concebibles, desde Manitú hasta Buda. Para "profundizar en el laicismo", más religión. Formidable. El PSOE de Zapatero debe de haber vuelto al marxismo, porque este es un razonamiento digno de Marx (Harpo): "¡Más madera! ¡Más curas! ¡Es un Estado laico!" Algunos pensamos que, en nombre del Estado, los curas no pintan nada. Ni en la exequias ni en las escuelas ni en la toma de posesión de los cargos públicos ni en ningún sitio.

Hay personas (pero muy pocas, que no cunda el pánico) tan empecatadas que carecemos por completo de creencias religiosas, que no creemos en ninguna realidad sobrenatural ni en la vida después de la muerte. No queremos libertad para elegir entre varios modelos de divinidad: no compramos en este supermercado. Quizá por eso mismo tendemos a tener mejor humor y más paciencia: es muy difícil conseguir que nos consideremos agraviados. Renunciamos de antemano a lo que hoy parece que es para los demás el derecho constitucional más importante: ese sagrado derecho a darse por ofendido.

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