Carta con respuesta

Opiniones

En España, los reyes, meros símbolos, no pueden opinar: son como una bandera, según recordó un portavoz del PP, pronto acallado por decir la verdad. Por supuesto, los reyes no son de tela o palo de bandera, y es absurdo que no puedan opinar, incluso en público. Con todo,  tal es el papel que le asigna nuestra Constitución, explicable sólo por el difícil periodo de principios de la transición, para encajar de alguna manera en la democracia al sucesor del Jefe del Estado anterior. Ya es hora de mejorar las normas constitucionales, para humanizar y hacer funcional y creíble el cargo, tan funcional en otros países, de Jefe del Estado, para que no tenga que salirse nadie de la vigente ley, aunque ese empleo lo haya aceptado libremente y le esté regiamente remunerado.

MARÍA FAES RISCO MADRID

A mí no me parece nada absurdo que un rey no pueda dar su opinión en público: es lo mínimo que se le debe exigir. Para opinar hay que hacerse responsable de lo que uno dice, hay que responder de las propias palabras. El rey, por mandato constitucional, es irresponsable: "La persona del rey es inviolable y carece de responsabilidad" (art. 56.3). Los actos del rey carecen de validez sin refrendo y, de esos actos, "serán responsables las personas que los refrenden" (art. 64.2). Opinar en público, siendo rey o reina, ¿no es un acto? ¿Es entonces un tipo de acto que, por definición, carece de validez? A mí me parece que es un acto y que, por tanto, el rey tiene dos opciones: abstenerse de opinar en público o hacerlo con el refrendo correspondiente, para que alguien se haga responsable.

El sucesor designado por el dictador Franco (eso de "Jefe del Estado anterior" me rechina un poco, ¿a usted no?) tiene privilegios descomedidos (como la existencia de un delito de injurias sólo a ellos aplicable), pero también es de suponer que tenga unas mínimas obligaciones. Cuanto menos las cumpla, mejor, porque más cerca estará la República. Mientras haya un Borbón, hay esperanza, puesto que sólo los borbones han sido capaces de lograr que en menos de un siglo se proclamen dos repúblicas, una detrás de otra. Con su esfuerzo, todavía podemos batir un récord: ¡ánimo!

De todas formas, seamos sinceros: ¿a quién le importan las opiniones del rey o de la reina? Por mí, como si se operan, la verdad. Ya puestos, a mí me interesaría más hablar, por ejemplo, de los negocios particulares del rey que de sus opiniones particulares.

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