Pato confinado

Riesgo de cáncer y emergencia climática: la carne sigue en el debate público

Riesgo de cáncer y emergencia climática: la carne sigue en el debate público
Carne procesada. Foto: Andreas Lischka / Pixabay

El pasado día 23, miércoles, la ONG Amigos de la Tierra presentó su Atlas de la Carne, donde analizan los impactos de la ganadería industrial y del consumo de carne a nivel global. Allí estuvo el ministro Garzón.

"Cada vez que digo macrogranja pasa algo", dijo en la presentación.

Un día después, el jueves 24, se publicó un informe de investigadores de la Universidad Oxford en la revista BMC Medicine. Allí, una vez más, se refuerzan los indicios de la existencia de un riesgo de cáncer mayor en las dietas carnívoras.

Volvemos por tanto al tema que se convirtió en la "gran guerra" de las elecciones manchegas, hoy tan olvidado por los idus de marzo y el asesinato del César: el exceso de consumo de carne en Occidente, unas dietas "probablemente carcinógenas", un impacto medioambiental en un planeta con pocas lluvias, enfermedades no transmisibles y transmisibles de animales a personas, y sí... macrogranjas y macrocultivos.

Volvemos al tema porque sigue allí. Es un debate real.

Aunque hayamos intentado convertir la carne en una especie de bandera de la identidad, aunque siga siendo un debate lleno de aristas, donde se rozan, pelean y enzarzan un amplio espectro de las ideologías (tampoco vamos resolver en un día una dieta omnívora que lleva milenios), instituciones como la OMS, organizaciones ecologistas e investigadores de las principales universidades, llegan a la misma conclusión: reducir nuestro consumo de carne no es mala idea.

Tenemos datos que lo avalan, más allá del eje de discusión, digamos "compasivo", entre veganos y carnívoros.

Centrémonos solo en esta semana. Empecemos por el estudio de Oxford. A partir de la información recopilada por un biobanco en Reino Unido se analizó a 472.377 participantes, cruzando sus datos sobre el estilo de vida, los historiales médicos y los del genoma.

Se compararon sus dietas, dividiéndolos entre aquellos que consumían carne más de cinco veces a la semana, los que la tomaban solo cinco veces o menos, los que solo comían pescado, y los que eran directamente vegetarianos o veganos.

El estudio se fijó en los tumores más frecuentes (colón, próstata, mama). Es difícil obtener de estos estudios una relación de causa-efecto, dicen los autores, intervienen muchos factores, pero la flecha sigue pareciendo señalar en la misma dirección que estudios anteriores: aparece la tendencia de que quienes consumen más carne podrían tener un mayor riesgo de sufrir cáncer que los que se alimentan solo de pescado o de vegetales.

Dicho de otro modo: el riesgo a sufrirlo en el estudio de Oxford era entre un 14 y un 19% menor para los que solo tomaban pescado y entre los que eran vegetarianos o veganos. Eso parece indicar, pues los autores destacan que el estudio no es estadísticamente significativo. Delimitar los riesgos reales de la dieta es difícil, queda por investigar, pero converge con lo que dice la OMS: la carne roja es "probablemente carcinógena", aunque considera que la evidencia es "limitada".

No ocurre lo mismo con la carne procesada. Desde 2002 esta organización habla de los vínculos entre la procesada y el cáncer colorrectal, por ejemplo. La declaró como "carcinógeno para los humanos", incluyéndola en el grupo de sustancias más peligrosas, junto al tabaco, el alcohol, el plutonio o el aire contaminado. Se armó revuelo con el plutonio. Pero los datos siguen apuntando en la misma dirección...

Impacto medioambiental

Ahora vayamos al otro eje del debate, más importante incluso: el impacto medioambiental. Repasemos las principales conclusiones del informe del Atlas de la carne.

La demanda de carne sigue aumentando en el mundo debido a los cambios geopolíticos, sociales y de desarrollo económico. Si crece la economía crece la carne. Pero no existe paridad entre los países. Son los más desarrollados quienes devoran la parte gruesa del pastel carnívoro. Son, por tanto, quienes más pueden hacer.

"La ciencia lleva más de una década insistiendo en que para ser respetuosas con el clima y la biodiversidad, las dietas deben reducir a menos de la mitad la carne consumida hoy día en los países industrializados", reza el informe elaborado por Amigos de la Tierra en colaboración con la Fundación Heinrich Boll.

Se suman impactos. El sector de la alimentación y de la agricultura es el responsable de un tercio de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. La expansión de la agricultura industrial se produce a expensas de la naturaleza poniendo en riesgo la salud global, disparando factores como la actual pandemia, relacionada en su origen con el deterioro medioambiental.

Habrá más pandemias si seguimos maltratando a la naturaleza. Las enfermedades por zoonosis (que se transmiten de animales a humanos) también tienen que ver con la producción mundial de carne y piensos. La industria de la carne global alimenta la crisis climática, la deforestación, el uso de pesticidas y la pérdida de biodiversidad, y expulsa además a los pueblos de sus tierras, según el mismo informe.

En torno al consumo de carne no sostenible se están produciendo unos efectos mariposa que se unen a la emergencia climática. De la deforestación en Brasil (por el cultivo de soja que sirve a los piensos globales) al agotamiento de las tierras en muchos lugares, de los purines colocados como bombas de relojería a los efectos en la salud humana.

Todo esto se suma a las condiciones en que muchos animales pasan su pésima existencia, una vida de jaula, hacinados, en condiciones deplorables. Esto se une también al uso de antibióticos en el ganado, que puede tener impacto en la salud humana, provocando una mayor resistencia de virus, bacterias y patógenos.

"A pesar del impacto global de la carne, ningún país del mundo cuenta con una estrategia para reducir su consumo o transformar la producción. Los países pueden desempeñar un papel a través de la legislación", dice el informe.

Aunque el ritmo de crecimiento del consumo de carne sea algo menor que hace diez años, continúa imparable: se ha duplicado en los últimos 20 años y se prevé que crezca un 13 % para 2028. Países como China ingieren hoy casi un tercio de la carne del mundo, aunque su consumo por cápita es menor que el de los Estados Unidos.

Los países emergentes tienen cinco veces más población que los occidentales, pero consumen un tercio de lo que se devora en las naciones industrializadas. La carne que más está creciendo es la de pollo.

El comercio global de carne y animales, exportaciones de una punta a otra del planeta, es relativamente reciente, pero crece a gran velocidad, según el Atlas. Se estima que África y Asia pronto no podrán autoabastecerse con lo que producen en su propio suelo (aumentarán las importaciones sobre todo en África subsahariana).

Todo este crecimiento implica más bosques talados y una ganadería sostenible o tradicional en retirada por el avance del beneficio industrializado. Más de un tercio de todos los cultivos del mundo acaban en el estómago de los animales.  Esto muchas veces causa conflicto con los habitantes del lugar. El número de activistas asesinados en defensa de la tierra crece cada año (la mayoría relacionados con la tala de árboles y la ocupación de espacios para el ganado).

"Cuando digo macrogranja... pasa algo", dijo Garzón. Pero no es extraño que pasen cosas. Estamos frente a un huracán de euros y datos científicos que no convergen. Hay tendencias y llamadas de alerta. Estamos en una emergencia climática de consecuencias imprevisibles. Los almendros en España ya no saben ni cuándo florecen.

Acabamos de sufrir una pandemia, estamos agotados, y ahora vemos otra guerra. Pero la cuestión de la carne seguirá siendo uno de los grandes debates de este siglo. Tienen que pasar cosas. Un debate que, sin caer en soluciones simplistas, pues no las hay, debe mantenerse vivo.

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