Pato confinado

El pan maldito: cuando un trozo de pan te amputaba las piernas y causaba alucinaciones

Pan de centeno.
El pan de centeno era la fuente de intoxicación del ergotismo. Foto: Vlad Nordwing / Pixabay.

La historia que vengo a contarte es la de una de las intoxicaciones alimentarias más extrañas y alucinantes (literal). Nada parecido a una salmonelosis. Se la conoce como el pan maldito o el fuego sagrado.

Imagina el horror, Dante desplegando un círculo del infierno en tu panadería: te levantas una mañana y ves a tus vecinos corriendo, bailando de forma macabra, o tirados en el suelo, aullando extrañas cábalas, con convulsiones, señalando el cielo, hablando con seres invisibles, o gritando de dolor, sufriendo necrosis...

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que comer un trozo de pan te podía provocar esto. Visiones junto a convulsiones; o sentir un fuego que recorría tus piernas, amputando las extremidades o nariz.

Podías llegar a un punto de extremo dolor, con tus manos moviéndose como guiadas por un titiritero invisible, rodeado de imaginarias serpientes, demonios o ángeles, que te susurraban secretos inefables.

Podías perder las piernas por la gangrena o la visión, entrar en coma. Y todo este mal solo por haber comido un trozo de pan, un pan hecho de centeno, áspero y duro, el pan que la mayoría de la población europea tomaba en esa época.

Una mezcla de visiones y espasmos provocados por un hongo parásito de ese centeno, llamado el cornezuelo (claviceps purpurea), precursor, nada menos, de la sustancia psicodélica semisintética hoy más conocida: el ácido lisérgico o LSD.

Este hongo especializado, que parasita las plantas, es una máquina bioquímica (se han llegado contabilizar hasta 200 moléculas distintas en su interior). Produce toxinas y sustancias capaces de alterar la conciencia. Fórmulas visionarias, como el LSA, la amida de ácido D-lisérgico o ergina, acaso utilizadas desde tiempos antiguos para contactar con los dioses, y fundadoras, tras la mediación del químico Albert Hofmann, padre del LSD, de la cultura hippie; otras muy tóxicas, vasoconstrictoras, que causan dolor y riesgo de amputación. El cielo y el infierno en un solo hongo.

Coloniza la espiga y granos de centeno, crea una especie de capullo, el esclerocio, una masa de micelio compactada que parece un cuerno (de ahí su nombre). Si, al cosecharse o almacenarse el grano, pasaba al pan, por mediación de la harina, podía intoxicar a quien lo comiera. Hoy por el uso de los fungicidas y los controles sanitarios afecta poco a los humanos, su impacto es, por suerte, anecdótico.

La enfermedad que produce esta intoxicación se conoce como ergotismo y tiene dos variantes: la gangrenosa y la convulsiva (no suelen darse a la vez, y no está claro por qué la composición química del hongo a veces favorece una u otra).

La gangrenosa apunta a los miembros y extremidades, empieza con una sensación de pesadez, hormigueos que queman y que van empeorando a medida que avanza la intoxicación; la convulsiva produce movimientos involuntarios, flexiones musculares marcadas también por el dolor, pero unidas esta vez a visiones o alucinaciones.

Los intoxicados se mostraban a veces letárgicos y otras maníacos; se especula, por esta razón, si las misteriosas epidemias de baile que sucedieron en el Edad Media- centenares de personas empezaron a bailar hasta la extenuación, de forma compulsiva- podrían tener que ver con esta variante del ergotismo.

El fuego sagrado

Los antiguos lo llamaban el Fuego de San Antón o Fuego de San Marcial. Nadie sabía entonces que estos efectos, que producían epidemias en los pueblos, los generaba un hongo parásito escondido en su pan.

Los obispos sacaban a los santos en procesión para implorar protección, de ahí que se asocie esta enfermedad a los nombres religiosos. Ignis sacer, decían, fuego sagrado, mal de los ardientes, fuego infernal (por el fogoso hormigueo que causaba la vasoconstricción). Su relación con lo sagrado venía o por el efecto de las visiones o por considerarse un castigo divino.

Se especula si los antiguos griegos aprendieron a 'domesticar' su potencial químico y visionario, creando el mayor rito mistérico de la antigüedad, los Misterios de Eleusis, donde tomaban una pócima desconocida y psicodélica que se llamaba el kykeon, y que incluía en su composición la cebada, según los textos. El culto estaba destinado a la diosa Deméter, deidad de la agricultura y por tanto del grano.

En la Edad Media, cuando aparecía el ergotismo, creían que era un acto de Dios. No había otra explicación. Fue una enfermedad tan frecuente que hasta se creó una orden monástica, la Orden de San Antón, fundadora de hospicios que intentaban recuperar a los afectados, lugares que seguro parecían manicomios (las visiones podían durar horas o días) o leproserías.

Se ha apuntado a que el episodio de las Brujas de Salem, en los Estados Unidos, tuvo que ver con este hongo, un momento de histeria colectiva que terminó con 19 personas ahorcadas acusadas de haberlo orquestado con su magia negra.

Lo que causaba el delirio no era brujería, sino aquel pan negro, un pan de los pobres (el pan blanco que comemos hoy, hecho de trigo, especie menos afectada por el cornezuelo, era de ricos). Sucedían las epidemias muchas veces durante las hambrunas, pues las personas tenían poco más que comer que este pan oscuro.

El ergotismo puede matar alrededor de un 20% de los afectados. Atacó sobre todo a la Europa del Medievo (especialmente Alemania y Francia), aunque sus efectos llegaron hasta el siglo XX.

Las grandes y misteriosas epidemias

Se han contabilizado ochenta epidemias entre los siglos IX y XIV. En el año 945, murieron, según las crónicas, 20.000 personas en la región de Aquitania (Francia). Poco después, en la misma zona, cayeron 40.000. En España también hubo brotes. Uno de los últimos fue en 2001 en Etiopía, afectando solo a 18 personas.

Castigó sobre todo al centro de Europa porque las condiciones de humedad eran las óptimas para la colonización del hongo. Esta es la razón de que las órdenes hospitalarias de los Antonianos establecieran sus delegaciones en el norte de la Península Ibérica, donde este organismo también crecía más a gusto. Fundaron en toda Europa 370 centros de sanación, que llamaban 'hospitales de los desmembrados', pues exhibían las partes amputadas de los pacientes como si fueran exvotos (ofrendas a Dios).

Los monjes daban a los afectados el 'pan de San Antón', que creían que los curaba por la mediación del santo. Era un pan hecho de trigo, y los sanaba porque les estaban quitando en realidad el centeno de su dieta, la fuente de la infección. Estos panecillos han quedado en la cultura popular como postres típicos, por ejemplo en León.

Una de las supuestas últimas apariciones masivas del hongo en Europa está todavía rodeada de misterio. Ocurrió en 1951 en un pequeño pueblo del sur de Francia llamado Pont-Saint-Esprit. Como en una epidemia zombi, empezó por el cartero, que sufrió de pronto un fuerte de dolor de estómago y empezó con las convulsiones. En poco tiempo, centenares de vecinos comenzaron a tener alucinaciones, a entrar en histeria, algunos con comportamientos violentos. Niños que intentaron estrangular a su abuela, gente que veía serpientes de fuego reptando por sus brazos, o coloridas flores que germinaban de su pecho. Cuatro de ellos se suicidaron pues no soportaron estas visiones. Dos murieron por parada cardiorespiratoria. Algunos fueron internados en un psiquiátrico.

Nadie ha podido explicarlo todavía, pero en las dos principales teorías está detrás la sombra de este hongo. Una dice que el obrador de pan del pueblo compró centeno contaminado y que se produjo un clásico evento de ergotismo convulsivo.

Otra, más perversa, afirma que la CIA realizó un experimento masivo con LSD (el LSD se deriva del mismo hongo, si bien no tiene su componente tóxico, solo el visionario, pero actúa en microgramos, por lo que es extremadamente potente).

No está demostrado, pero sí se sabe que la CIA empleó sustancias psicodélicas en un intento (fallido) para utilizarlas en el control de la mente. En realidad, lo que ocurrió es que estas sustancias se les escaparon de sus laboratorios para nutrir la contracultura de los años 60: les salió el tiro por la culata.

La tercera teoría es que ni el LSD (no encajan los síntomas de dolor y de la alucinación) ni el cornezuelo (solo habría afectado a unas pocas personas), parecen ajustarse del todo al fenómeno. Acaso hubo otra sustancia implicada que todavía no conocemos (se habló del mercurio o el tricloruro de nitrógeno). De lo que no hay duda es que en tiempos pretéritos habríamos culpado a Dios.

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