Pato confinado

Crisis del aceite de oliva: una amenaza a lo que somos

Olivo.
Olivo. Foto: Julie-Kolibrie en Pixabay.

Dicen que ya no nos salva ni la lluvia (con toda la poética de este vaticinio). Botellas de litro a más de 10 euros en algunos supermercados. Es una pesadilla para quien aprecia su gastronomía y vida. Para quien ama lo que es y come.

La cocina española se vertebra alrededor del aceite de oliva. No es ningún secreto. No supimos ver esta nueva cara del Apocalipsis, y me viene a la cabeza las últimas palabras de mi padre antes morir: se acercan nubarrones. Otro reflejo más de que las cosas van algo mal en el mundo.

Grecia ha ardido este verano (el mayor incendio en la historia de la UE y puede que ahora el mayor diluvio). También Italia. España está seca (aún con las terribles danas), y nos estamos quedando sin aceite (al menos, las clases populares, es decir, la mayoría).

El Mediterráneo hierve y lo hará más, según los modelos. El agua no refresca en agosto. A esto ya lo llaman algunos el 'horno global'. No conocemos el futuro, pero sí: hay nubarrones en el horizonte.

El precio del aceite de oliva sigue subiendo, y nadie sabe decir hasta dónde y cuándo. Algunos, como el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación en funciones, Luis Planas, opinan que es coyuntural, que hay campañas buenas y malas, mientras lamentan que el precio esté "por encima de las posibilidades adquisitivas de la familia media española". Y apelan de nuevo al santo de las lluvias...

Ay, santito, santito, haz que llueva...

Los analistas solo titubean que difícilmente volverá a los tres euros el litro acostumbrados. Que en 2024 acaso el precio será más razonable (si llueve). Si un día lo perdiéramos (la locura no lo quiera), si desaparece de nuestras mesas por la oferta y la demanda del tiempo subtropical en esta montaña rusa, no parece exagerado decir que seríamos como indígenas sin tierras.

No es exagerado, porque esta grasa llevan milenios con nosotros y nos identifica como el Río Bravo. No es una boutade, porque en todo el mundo, de la Escuela de Salud Pública de Harvard (EEUU) a la Fundación Española del Corazón, nos dicen que es la más saludable y la que deberíamos usar.

Nada sabemos del futuro. Cierto. Pero qué ironía. Años dando la turra con la dieta mediterránea y el Mediterráneo se nos africaniza. Acaso el Mediterráneo esté emigrando al norte, como los pobres eritreos.

Acusan a una campaña agrícola nefasta y a los primeros mordiscos serios del cambio climático, la sequía que lleva años encima de nosotros. Serios porque los sentimos como alfileres en los bolsillos, porque vemos en la tele casas arrasadas por unas lluvias bíblicas. Pero terribles ya eran desde hace décadas como advertencia. Cerramos los ojos antes la extinción de las especies, pero su tristeza está ahí, oculta en nuestros corazones.

La producción de aceite apenas ha alcanzado las 663.000 toneladas en 2022-2023. Demasiado calor cuando el olivo estaba en flor y pocas lluvias en primavera y otoño. Embalses secos, restricciones de agua, plantas con estrés, sumado a la inflación generalizada. La pregunta es si se trata de un accidente cíclico o de la firma del futuro.

Acaso sea coyuntural, como dice el ministro, pero el horno global no va a cambiar sus planes, del mismo modo que nosotros seguimos a lo nuestro, siliconizando pechos, playas, y espíritus, asfixiando el Mar Menor y Doñana.

Acaso sea cierto lo que dicen algunos nutricionistas, que usábamos el aceite en exceso, con los fritos y ensaladas (no es necesario bañarlas). La OCU, por su parte, denuncia otro mal eterno: la especulación de los precios. En río seco también se pesca. El precio del aceite se parece a la Bolsa, denuncian. Los productores dicen que no se están beneficiando de esta escalada de precios, y acusan a la gran industria de multiplicar el alarmismo.

Han comenzado a suceder hechos propios de una serie como Stranger Olive Things: Gente robando aceite porque dicen en los titulares que es más rentable que atracar un banco (en Málaga, los ladrones se llevaron 7.000 litros de una almazara y hasta envasaron parte para no perder ni gota); supermercados marcando las botellas con alarmas como si se tratara de preciado güisqui.

Y esto ocurre en España, el mayor productor, que los medios llaman 'La despensa de Europa'. Los españoles, hijos de esta gran cuna, midiendo con gotero la ensalada, como si usaran sangre de unicornio, ya están buscando aceites más baratos, como el de girasol, que vuelve a relucir en las estanterías del súper en un lugar estratégico.

Si fuéramos mexicanos diríamos vaya chingada. Y por qué no decirlo, pues sin aceite de oliva acabaríamos siendo cualquier cosa. Esto nos pasa por llamarlo desde hace años 'oro líquido': algún dios malévolo habrá escuchado.

Las familias están haciendo malabares, según recoge la prensa: menos pescado, menos fruta, para dejar espacio al aceite, un lujo virgen. Los jóvenes, ancianos, y familias vulnerables, son los que más acusan estos precios salvajes.

La producción ha caído un 55,5% respecto a la temporada pasada. Las ventas se han reducido alrededor del 18%. También han descendido las exportaciones y otros países, como Turquía, lo estarán aprovechando.

Teniendo en cuenta la importancia de esta grasa (cultural, dietética, social, económica, histórica, de salud pública) cuesta entender cómo no se está convirtiendo en cuestión de Estado.

Españoles cocinando con mantequilla son como europeos sin silla. Uno entiende el Mediterráneo por su sabor y la longevidad de sus gentes, además de la cháchara. Tanta bandera todo el día aireándose, pero las verdaderas banderas, como dice la canción, en el Mediterráneo, son finalmente las ropas tendidas con su manchita de aceite.

Cuando los pueblos pierden su gastronomía nativa a veces pasan cosas malas, como ya explicamos aquí con la historia de la tribu pima (males que cada vez nos afectan más).

Indígenas sin ayahuasca o cacao. Nuevos desclasados del ramen y la sopa instantánea. No conocemos el futuro, pero es volver a los tiempos de la colza y la manteca de cerdo, otro retraso más en esta resaca, si todo continúa igual. Lo que aquí hemos contado también está ocurriendo en Italia.

Ojalá llueva como lo hacía antes. Santito, santito. Ojalá actuemos frente a lo que parece inevitable.

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