Rosas y espinas

Señores X

Señores X
Felipe González y José María Aznar.- EFE

Cada día tengo más fácil referirme a nuestros gobernantes. Por mucho que la edad ya erosione mi memoria. Si alguien me pregunta a quién quiero más, a mamá o a papá, yo siempre contesto lo mismo: al Señor X. No falla en España. Ahora los periódicos británicos, que son los que más se preocupan de España, nos dicen que a lo mejor o a lo peor hay un nuevo Señor X llamado, quizá, Felipe Sexto, que tal vez era consciente de que su papá, el Señor X sénior, le había hecho beneficiario de unas cuentas opacas en presuntos paraísos supuestamente fiscales, y en este plan. La verdad es que los periódicos británicos podían dejarse un poco de hacer el trabajo que tienen que hacer los nuestros. Tanto buscar corruptelas en países extranjeros tiene que ser maligno.

Aquí a los señores X les tenemos mucho cariño. Hay más señores X que Pérez en España. Es un poliamor histórico. Nuestro primer Señor X fue Adolfo Suárez, que por alguna razón que todos desconocemos dimitió a pocas calendas de que el general Alfonso Armada, preceptor y educólogo de Juan Carlos I, diera un golpe de Estado en el Congreso de los Diputados. Lo mismito que un rodea el Congreso, pero por dentro y con uniforme, que es más español, más torero y más gitano.

Aun siguen los historiadores españoles preguntándose que sucedió en aquellos días, y se conoce que los británicos, que son los que más saben de señores X españoles, andaban aquel febrero despistados y nos dejaron a nosotros la tarea de investigarlo. Los españoles estamos muy orgullosos de los agujeritos de bala que dejó Tejero en los techos de San Jerónimo, y se los enseñamos a los turistas como gran metáfora de nuestra democracia perfecta. Lo que ya no interesa, ni a nosotros ni a nuestros turistas, es el nombre del que le dijo a Tejero que tenía que empuñar un arma contra la democracia. Pelillos a la mar de la Historia.

Leopoldo Calvo Sotelo no gozó de tiempo ni de ganas para convertirse en Señor X, pero en esto llegó Felipe González, que tenía gran querencia por las incógnitas. Por ejemplo, en tiempos de Epi y Blas, el tío tuvo los cojones de hacernos confundir la derecha con la izquierda. Y mira que parece fácil distinguirlas. Lo que sí aprendimos con él es a diferenciar arriba y abajo. Cultura del pelotazo. Los de abajo seguíamos siendo los mismos. Nos hicieron un poco más difíciles de distinguir, con nuestros trajes corteinglesados. Pero seguíamos siendo los mismos, Epi.

José María Aznar culminó su equislatura con las armas de destrucción masiva de Irak. Todo un logro de desinformación que, oh casualidad, asesinó a varias decenas de miles de niños. Pobrecitos. Pero ser un Señor X como dios manda tiene su precio. Y hoy nos anda explicando cómo construir un mundo mejor a diez mil euros por palabra. Campeón. Que eres un campeón (Javier Arenas dixit).

El menos Señor X que hemos tenido ha sido José Luis Rodríguez Zapatero, que hizo el papel de malo como sin enterarse cuando reformó la constitución para que el pueblo le pagara unas raciones de caviar beluga a los banqueros. Fue precioso. Tan socialista.

Y luego Mariano Rajoy, que como no llegaba al final del abecedario por pereza, en vez de Señor X se autobautizó como Señor Eme Punto. Quizá no le sobraran habilidades gramáticas, pero de campechanismo juancarlino sabía un huevo. El noble arte del escaqueo.

Ahora Pedro Sánchez anda buscando su equiscencia como un descosido, pero no le dejan los cabrones de Podemos, tan vigilantes. Para eso, como garante de la unidad de España y sus esencias, ya tiene a Felipe VI, que es una pena, ahora que los ingleses le andan sacando las cuentas opacas, que no sea Felipe Décimo. O sea, Felipe Equis.

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