En estos días de desconcierto, abatimiento y rabia propongo un ejercicio de educación holística: leer la novela El corazón helado (Tusquets, 2007) de Almudena Grandes. Yo lo he hecho hace poco y sólo puedo pedir que se incluya en todas las asambleas, colegios y bibliotecas de España. Aunque en ciertos pasajes Grandes superabunde en lo innecesario y a ratos dé cierta sensación de un texto inflado hasta el exceso (podría haberse beneficiado mucho de una edición más decidida), El corazón helado es una clase magistral de perspectiva histórica. Un ejercicio de memoria nunca más necesario que en este momento de división, fragmentación y desaliento en la izquierda. A mí, desde luego me ha aclarado mucho de las estrategias que la derecha, siempre guiada por la Iglesia, las oligarquías y sus afines, utilizaron entonces y están recuperando ahora para destruir una imprescindible unión de las izquierdas. Especialmente un mecanismo que Almudena Grandes explica con meridiana precisión en su magnífico texto: el miedo.
¿Cómo pudo pasar todo eso, abuela?
—Porque teníamos miedo, Raquel —Anita miró a su nieta, volvió a sonreír—. Todos teníamos miedo, los ricos y los pobres, los cultos y los incultos, todos, mucho miedo. Casilda tenía miedo, y tu abuelo y sus padres, también. Temían por ella, por el niño, tú... Tú no sabes de lo que estás hablando, Raquel, no puedes imaginártelo siquiera.
Para todos ellos, el tiempo había pasado pero el miedo permanecía, tan poderoso, tan desafiante, tan infranqueable como una montaña de cumbres nevadas que los lugareños se acostumbran a mirar desde el llano durante años y años, sin atreverse siquiera a imaginar que alguien pueda escalarla, y coronarla, y contemplar qué es lo que hay al otro lado. Eso había sido el miedo para ellos, un paisaje, una patria, una costumbre, una condición invariable que no se cuestiona, la misma vida.
Este es uno de los pasajes que más llamó mi atención. Inmediatamente pensé: ¡Claro, eso es lo que quiere recuperar el Partido Popular! ¡Es imprescindible para que sus gérmenes crezcan! ¡Para que su ridícula manipulación se permita! ¡Para que desaparezcan los imprescindibles matices que separan a las políticas progresistas de las populistas! Sin miedo la ceguera ideológica no es posible. Sin miedo no se confundirían aliados con enemigos. Aunque es innegable que el PSOE ha hecho el trabajo sucio de la derecha y ha permitido este vuelco, y sigue sin explicar las razones de esta traición, también lo es que sigue siendo la única opción real de la izquierda. Que en estos momentos de creciente sofisticación de los mecanismos de control tenemos que hilar muy fino, mirar los matices, aprovechar las grietas del sistema. Hasta que encontremos otra forma que, como se ha visto en Italia, no pasa por un millar de partidos fragmentados que favorezcan el triunfo de personajillos populistas como Berlusconi. Sí, yo que antes era tan contrario al bipartidismo, empiezo a pensar que la destrucción de un estado fuerte es una de las estrategias más queridas para el poder corporativo y la Iglesia. Porque ese monstruo que se alimenta del miedo, la Iglesia, siempre está agazapada en su cueva, rumiando su odio, su avaricia, su podredumbre, a la espera que sus aliados de la derecha sigan sus dictados y vuelvan las manillas del reloj hacia atrás, como se ha visto en ese insultante intento apresurado del Diccionario Biográfico de la Real academia de la Historia de restituir el fascismo, su santoral y su imaginería, o esa bochornosa jura de Cotino en les Corts Valencianas, un fascista siempre acaba adornándose con un crucifijo, de la Iglesia viene su inspiración. También esto lo trata Almudena Grandes. Y es tan elegante en su admonición atea que su puntualización sobre los famosos versos de Machado emociona:
Españolito que vienes al mundo, vengas de donde vengas, nunca confíes en que te guarde Dios. Guárdate tú solo de las preguntas, de las respuestas y de sus razones, o una de las dos Españas te helará el corazón.
Y en estas pasadas elecciones ya empezaron a helarnos el corazón. Desde el miedo a la crisis, a las carencias que ellos mismos han propugnado, a los avances si el coste es perder un átomo de conformismo, a la decencia, que parece haber desaparecido de ambos partidos, que quizás sólo vuelva al PSOE tras unos años de gobierno de esa derecha a la que ha cogido como modelo y amiga. Ese es el eterno debate que últimamente tengo: ¿quizás si nos recuerdan el inmovilismo contra el que luchamos la gente realmente se eche a la calle a defender nuestra libertad? ¿Quizás cuando vean que no da igual lo que hagan, que a consecuencias de sus traiciones están al borde de la desaparición, el PSOE recuerde que es un partido de izquierdas? Aunque siempre está el miedo a que, al igual que en Valencia y Madrid, ese mal necesario se convierta en crónico, perenne, similar a esos 40 años de franquismo que ninguna democracia occidental cuestionó cuando fue necesario (otra reflexión lucidísima de Grandes en su novela: nadie ayudó a los valientes republicanos que habían mejorado esta sociedad, este mundo). El miedo es un valioso aliado para los reaccionarios. Y un peligro para los que quieren cambiar lo ya establecido. El miedo al cambio es uno de los pilares de la psicología.
Y ese fue el gran regalo del 15M: salir a la calle sin miedo a soñar, a protestar, a enfrentarse a sus desmanes. Aunque a veces esa falta de miedo pueda confundirse con inconsciencia, con falta de memoria, con ingenuidad. Y otras haya parecido un regalo de despedida. Un adiós a tiempos mejores, más osados, más libres, más optimistas. En los que parecía que podíamos cambiar el mundo.
El miedo, el miedo, qué mal consejero.
Comentarios
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