Todo es posible

Pactos contra la crisis

Hemos vivido tiempos peores de intransigencia y fanatismo sectario. No hace falta remontarse a episodios más o menos lejanos que estuvieron a punto de arruinar nuestra vida democrática. Basta echar la vista un par de legislaturas atrás para recordar los insultos que se lanzaban desde sus escaños los conocidos entonces como los hooligans del Parlamento. Sonada fue la expulsión del salón de plenos del portavoz adjunto de los populares, Martínez Pujalte, después de reiteradas llamadas al orden del presidente de la Cámara, Manuel Marín, a quien amenazaron con reprobarlo. Ya no se utiliza ese tono agresivo, despectivo, tremendista y faltón que algunos diputados emplearon para descalificar las acciones del Gobierno, sobre todo, en los denostados tiempos de las conversaciones con la banda terrorista. Fueron momentos legislativamente casi ingobernables y si los traigo a colación es para señalar la notable mejoría en la actitud aparente de los grupos parlamentarios. Es alentador que nuestros representantes hayan mejorado su comportamiento cívico. En ese sentido, al menos, marcan distancias con algunos predicadores cavernarios.

La pregunta es por qué, precisamente ahora, según el reciente barómetro del CIS, los políticos aparecen como la tercera preocupación de los ciudadanos. Será por su manifiesta ineficacia. Si la gente pide acuerdos entre las grandes fuerzas políticas es porque la han convencido de que sólo así se acabarán sus penurias económicas. Parafraseando a Paul Krugman, el Nobel de Economía favorito de Zapatero, España está metida en un buen lío y el Gobierno en solitario no puede hacer mucho para mejorar las cosas.

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