Todo es posible

Ponte en su piel

Una mujer deja una herencia de tres millones de euros para la conservación del lince ibérico de Doñana (Huelva) y la defensa del borrico de Rute (Córdoba). La mujer, que murió a los 60 años, era soltera, tenía un inmenso patrimonio y amaba profundamente a los animales. Comenté la noticia en voz alta ante un grupo de personas para escuchar sus reacciones. Los gritos de indignación fueron unánimes. Les parecía un despilfarro, una excentricidad, una locura, un auténtico escándalo destinar semejante fortuna a unos mamíferos que no pertenecen a la especie humana. Cualquier animal figura en el último lugar de su orden de prioridades.

Estoy de acuerdo en que existen enfermos, ancianos solitarios, niños desnutridos, parados y una larga lista de personas maltratadas por la vida con mayor necesidad de afecto y ayuda económica que el lince y el burro, por más que ambos se encuentren en peligro de extinción. Pero es inadecuado forzarnos a elegir ente unos u otros. La defensa de los animales es compatible con la de los derechos humanos. En teoría, podemos hacer las dos cosas a la vez y, sin embargo, en España todavía no lo hacemos. Quizá porque no estamos lo suficientemente evolucionados para evitar el maltrato animal.
Un grupo de manifestantes se han concentrado frente a la madrileña sede del PSOE para exigir que cumplan su promesa de elaborar la Ley Nacional de Protección Animal y la reforma del Código Penal para castigar con eficacia el abandono de perros, el exterminio de gatos, el lanzamiento de cabras desde campanarios, las torturas a los simios... y otras muchas salvajadas indignas de un país civilizado.

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