Todo es posible

Atemorizados

Deberíamos hacer un pacto (o en su defecto un exorcismo) para evitar que nos caiga encima un Berlusconi o, algo peor, uno de esos tipos que organizan patrullas de malhechores para dar caza a inmigrantes o gitanos. La ultraderecha se está convirtiendo en la tercera fuerza parlamentaria en numerosos países de esta Europa desunida y lastimosa. Gana en las urnas y alcanza el poder suficiente para imponer sus métodos antidemocráticos y acabar con el sistema de partidos. En mayor o menor grado, sucede en Hungría, Finlandia, Holanda, Suecia, Italia, Francia... ¿Seguro que España está a salvo?

Nombres de tendencia abiertamente fascista o nazi, como el de la francesa Marine Le Pen, el finlandés Timo Soini o el húngaro Gábor Vona, van engrosando una maldita lista negra que puede tener efectos letales. Sus programas y actitudes evocan la historia más siniestra del siglo XX. No exagero un ápice si digo que son homófobos, racistas, xenófobos, antisolidarios, que defienden la cadena perpetua o la pena de muerte y que quieren poner patas arriba las garantías constitucionales. A base de populismo y demagogia, la ultraderecha ocupa el vacío que dejan los partidos tradicionales.
El miedo es una actitud retrógrada que nos lleva a valorar lo malo conocido. No obstante, es cierto que los políticos con vocación democrática abusan del poder, toleran a los corruptos, pierden el tiempo con sus disputas internas y son incapaces de resolver los problemas económicos que nos asfixian. Se están ganando a pulso su descrédito, pero la alternativa es mucho peor. Vuelvo al principio. ¿Cómo podemos evitarlo?

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