Todo es posible

Echar el freno

Para que yo viva dignamente no es necesario que 200 niños somalíes se mueran de hambre, que esclavicen a 50 marroquíes del sector textil o que un centenar de trabajadores indios se intoxiquen en las fábricas de zapatos. Y, sin embargo, todos los mensajes que circulan estos días por las redes sociales me culpabilizan. No sólo a mí, sino a los occidentales que entramos en las tiendas de Todo a cien, buscamos gangas en los mercadillos y compramos determinadas marcas de calzado deportivo.

Irrumpe en mi correo un vídeo pavoroso sobre una fábrica de zapatos localizada en Bombay. El patrón impide a los empleados que salgan de un recinto donde duermen, cocinan y trabajan amontonados durante 17 horas diarias. Las imágenes son más dramáticas que las de Biutiful, la película que González Iñarritu sitúa en un suburbio de Barcelona. Se ve cómo unos niños extienden con la mano un pegamento, probablemente tóxico, sobre los tacones de unos zapatos de marcas de lujo, cuyo precio desciende a menos de cinco dólares. Debes saber, amenaza una voz al espectador, que si consumes estos productos estás colaborando con la explotación laboral infantil y contribuye a que el capitalismo salvaje se perpetúe y se extienda.
Aunque a muchos les parecerá ingenuo y panfletario, el vídeo denuncia un sistema insostenible. La quinta parte hiperconsumista de la humanidad no puede seguir acumulando objetos de manera indefinida a costa de una mayoría de esclavos, desnutridos y hambrientos. El decrecimiento es la única opción económica capaz de frenar un liberalismo que pretende fortalecerse mientras se prolonga la crisis.

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