Por Luis Suárez, miembro de La Comuna.
El Cardenal católico Antonio Cañizares es obispo de Valencia y vicepresidente de la Conferencia Episcopal, y se considera a sí mismo pastor, pero no de semovientes o ganado, sino de almas humanas; por eso, de cuando en cuando obsequia a las almas que pastorea con una carta pastoral, con el loable fin de evitar su descarriamiento.
Ha tenido Cañizares el detalle de emitir en estos días una pastoral veraniega como materia reflexiva para su grey durante su tiempo de solaz y esparcimiento. Pero, dicho con el debido respeto, yo creo que se ha pasado de frenada: su pastoral dibuja un panorama tan apocalíptico de nuestra realidad que puede provocar la ansiedad en sus lectores, alterando el clima de relajación tan necesario durante el descanso estival de los cuerpos y las correspondientes almas.
Según Cañizares, nos encontramos en un trance asimilable nada menos que al descrito en su libro 23 por el profeta Jeremías, al que menciona como fuente de inspiración, lo que involuntariamente habilita para afirmar que el Cardenal ha incurrido en una nueva jeremiada (= lamentación o muestra exagerada de dolor, según la RAE).
Pero ¿qué le inquieta al Cardenal? Pues de todo. Por ejemplo, los secesionismos y nacionalismos ‘interesados e ideológicos’. Desde mi simpleza, las dudas: ¿cómo distinguir un nacionalismo chungo - a juicio del Cardenal -, es decir, interesado e ideológico, de otro bueno? Para entendernos, pongamos un caso concreto: el nacionalismo españolista, ¿es interesado e ideológico, o es del pata negra? Aunque puedo intuirla, esperemos la respuesta para la siguiente pastoral; ¡inch allah! (o, ¡así sea!).
Sus preocupaciones son omnicomprensivas, por ejemplo, cuando dice: ...’aún la misma cultura aparece fragmentada’, que, lamenta, ‘se dispersa y se disgrega en las opiniones subjetivas, en los pareceres particulares...’. Más dudas: ¿son, entonces, indeseables las opiniones particulares? ¡Qué enigmático, incluso abstruso, me resulta el mensaje pastoral en ocasiones!
Obviamente, el Cardenal expresa también honda desazón por otros ‘clásicos’ de su repertorio, e.g: la ‘protección de la vida naciente o de la madre gestante’. Sobre este tema, por cierto, no busquen una referencia explícita al crimen masivo, por el momento impune, de los bebés robados; supongo que por limitaciones de tiempo y/o espacio el Cardenal parece haberse visto obligado a omitirla.
También entra dentro lo previsible su reivindicación de ‘la familia asentada sobre la firme base de la verdad del matrimonio entre un hombre y una mujer como unión de amor estable, indisoluble, entre ambos, reconocida legalmente y abierta a la vida’. En este caso, encuentro algo larga la definición, incluso recargada, pero alicorta en su alcance real: ¿ignora Cañizares la inestabilidad, o mutabilidad, de los sentimientos? ¡Ah! el corazón humano, tan escasamente pastoreable, volátil y libre cual pajarillo... ¡qué pocas familias merecen el reconocimiento de este pastor!
Ahora bien, si toda buena pastoral ha de contener algún mensaje chocante, algún revulsivo de las conciencias adormecidas, reconozco que esta cumple esa norma. En mi caso, lo que de verdad me ha impactado, como rayo cegador, lo que justifica -si es que justificarse pudiera- esta modesta columnita, ha sido su mención al inicio, entre las grandes plagas, de la "memoria histórica" (con comillas en el original), para (cito) ‘dividir, para reabrir de nuevo heridas ya curadas, para confrontarse...’
De nuevo, me atormentan las dudas: ¿cuándo y cómo se declaran curadas las heridas históricas? ¿cómo calificar a una institución religiosa que ignora el derecho a la verdad, la justicia y la reparación de las víctimas de crímenes impunes como desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales, exilio, depuración, torturas, expolio, robo de bebés...? ¿están también curadas las heridas causadas por el terrorismo etarra o yihadista, por ejemplo, o sólo las causadas por el franquismo?
Cardenal, hagamos como que nos encontramos cara a cara. Míreme a los ojos y contésteme con sinceridad: ¿no pretenderá con esta negación de la memoria su iglesia esconder sus propias y graves responsabilidades como cómplice de los crímenes franquistas?
Permítame, Cardenal, aunque no pertenezca a su rebaño, un par de comentarios bienintencionados a su insensible descalificación de la memoria histórica. Aclarando en primer lugar que quienes como usted rebaten el derecho a la memoria desde el conservadurismo ideológico y político, en realidad sólo refutan la otra memoria, o la memoria de los otros, en ningún caso le hacen ascos a la memoria de la derecha, del poder,... la oficial, en suma.
Ni usted, Cardenal, ni su conferencia episcopal han protestado cuando grupos fascistas, incluyendo recientemente colectivos de militares retirados, reivindican el franquismo, es decir, una determinada memoria, en este caso no democrática sino directamente fascista, que ustedes no parecen considerar que ‘divida o confronte, o reabra viejas heridas’.
Porque memoria histórica ha existido y existirá siempre; al igual que existen las clases sociales, por mucho que se nos quiera convencer de que ese concepto está demodé, que ahora todos somos clase media. Y, al igual que existe la lucha de clases, existen memorias históricas y lucha de memorias. Esta lucha es hoy más visible porque afortunadamente los relatos alternativos al oficial están en auge y vivimos una marea imparable en favor de otra memoria que nos documente y explique el pasado desde los valores democráticos.
A su iglesia, la que no parece interesarle es la memoria de los ‘de abajo’, la memoria apenas escrita y menos aún difundida de tantas y tantos currantes del campo, del tajo, de la fábrica. Es la memoria de los perdedores, de los perseguidos por el fascismo, de los pobres en general, la mayoría anónimos. Esa, Cardenal, es la que llamamos memoria democrática, a diferencia de la memoria hasta ahora oficial, la del poder, que nadie tiene que reivindicar porque se nos ha impuesto durante tantos años, desde la escuela a los medios de comunicación.
Como debería usted saber bien, esa institución a la que representa tiene mucho de lo que avergonzarse en materia de memoria en este país, dada su activa colaboración con el genocidio franquista, de la que quedan abundantes testimonios en muros de iglesias, catedrales, camposantos. Hay también abundantes pruebas gráficas. ¿Recuerda esas fotos del dictador, bañado en sangre inocente, paseándose bajo un palio sostenido por curas en sus templos de devoción cristiana, rodeado de una corte eclesial de paniaguados y pelotas? Haga memoria, Cardenal.
Tampoco es posible a estas alturas ocultar la participación determinante de curas y monjas de su iglesia en violaciones de Derechos Humanos y crímenes como los realizados en preventorios y hospitales durante tantos años (véase el robo de bebés, por citar sólo uno especialmente cruel y persistente)...
Atesora su corporación mucha más complicidad con el genocida, por supuesto, conocida y desconocida, doméstica e internacional. ¿Pues no resulta que sigue aún vigente la imposición a Franco, por parte del Vaticano, en el año 53, de la Orden Ecuestre de la Milicia de Nuestro Señor Jesucristo (¡manda huevos!), como pago por el recién entonces firmado Concordato? (según nos ilustra Público.es en estos días).
Cardenal, por más que se empeñen los jerarcas de su institución, ni podrán tapar el sol con su dedo ni borrar la historia con sus pastorales. Más les valdría, para que resulte creíble su propia transición democrática como iglesia católica, en lugar de arremeter contra la memoria, reconocer lo hecho y lo no hecho, pedir perdón y, en su jerga eclesial, hacer propósito de enmienda.
Y no estaría de más que, además de releer a Jeremías, escucharan ustedes a las familias de personas aún desaparecidas y de víctimas de crímenes del franquismo, a las víctimas mismas de robo de recién nacidos, de torturas y persecución de la dictadura... Nunca hubo tantas personas desamparadas durante tanto tiempo. ¿Es que todas esas personas no merecen la misericordia que pregona su iglesia?
¡Ah! y ya puestos a hacer memoria, abran de una vez sus archivos a la investigación histórica.
Comentarios
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