Por Javier Amor, miembro de Unidos por Nicaragua y de La Comuna.
Como el pardillo era pobre y además de tierra adentro, nunca había visto el mar. La joven ave tenía una tía en Elorrio, monja de la Caridad. Hermanas de esta misma orden habían criado al pardillo huérfano en un asilo de la Prosperidad, sembrándole en el corazón la ética soñadora y el ansia y sed de justicia que venía en el Catecismo. También una tímida aproximación a la teoría de las ideas estéticas, pero eso es mucho arroz pa un pollo solo.
Antes de llegar al pueblo en un trencito delicioso de vía estrecha, fue a conocer aquella inmensidad violenta y entendió que amaría por siempre esas aguas turbulentas, aquella imponente belleza que se agrandó aún más cuando descubriera, años más tarde, la azul atonía del Mediterráneo.
El mar del norte debe imprimir carácter a las gentes que habitan sus contornos, Si bien es cierto que al pardillo le asustaron los albatros, le faltaba por descubrir los milanos que acechaban en aldeas y montañas. No estaban interesados en pajarillos despistados. Su objetivo era el águila imperial.
La hermosura de los paisajes del interior asombraba al pardillo de secano. Pero el tesoro de aquella feraz tierra era su gente. Orgullosa y altiva pero también amigable y generosa. Al pardillo le pusieron de amigo con un pájaro que se llamaba Javi. Con él descubrió el mundo bullicioso de los chiquiteos. El pardillo, que aún no había probado el vino, tuvo que incorporarse a un ritual que consistía en ir de bar en bar, siempre por la misma calle. El vino era espantoso -se informa de que sigue siéndolo- quizás por eso ponían sólo medio vaso. El pardillo se lo bebía religiosamente, hasta que observó que los parroquianos se dejaban la mitad del vaso. Y no era por lo ácido, sino por el vía crucis que quedaba por delante. Total, que por cumplir el axioma de reventar antes que sobre y la falta de costumbre, el pardillo terminaba borracho perdido y con dificultades para encontrar su camino al nido. Para guiarlo estaba Javi.
Una mañana, el pardillo se fue a ver la estación y los trenes pasar y estando posado se acercó a él una pareja de guardias civiles que con muy malos modos le pidieron el carnet y le exigieron que los acompañara al cuartelillo. Allí siguió un interrogatorio bronco, sin hostias pero incomprensible, hasta que al pajarillo se le encendió la bombilla y se declaró sobrino de Sor Inmaculada.
Quedaba claro que no era más que un pardillo y lo soltaron. Asustado regresó al colegio donde trabajaba su tía y le contó lo sucedido. Por las explicaciones de la monja dedujo que los vascos luchaban por su tierra y libertad y las simpatías de la religiosa por ellos y su aversión a la guardia civil, que eran el freno de aquellas aspiraciones.
Que era un freno brutal y excesivo pudo comprobarlo el pardillo por sí mismo.
Se celebraban unas alegres fiestas patronales en el Alto de Campánzar, cuando se presentó la guardia civil y con lujo de violencia exigió que cesaran de tocar la flauta y el tamboril. ¿La flauta y el tamboril? ¿Qué ofensa podía haber en ello? La merienda popular se crispó con la irrupción de aquellos picoletos caprichosos. Cesó la música y cuando los guardias se retiraron, comenzaron los gritos de la gente, en su lengua proscrita, exigiendo libertad y el fin de la represión.
El pardillo no entendía nada y su amigo se encargó de abrirle los ojos para siempre respecto a aquellas Vascongadas que ellos llamaban Euskalerría. Un rosario de agravios a los que había que poner fin a cualquier costo.
Un día Javi desapareció y se acabaron para el pardillo los chiquiteos, una abstinencia salvadora después de tanta cogorza involuntaria. El avecilla preguntó a su tía y a otros chicos que conocía en el pueblo. Nadie sabía. Ominoso silencio.
Cuando Javi apareció aún tenía hematomas y la rabia sorda que le haría gudari. El pardillo se cayó del guindo y empezó a entender la dimensión del drama, mientras rumiaba su impotencia en el vagón de madera que le devolvió a Madrid. El paisaje había quedado relegado.
ETA era un ente abstracto e idealista que aún no se había decantado por la lucha armada. Cuando un año y medio más tarde ejecutó por torturador al inspector Manzanas, el pardillo ya sabía dónde estaba su sitio: al lado de los que luchaban contra la tiranía que sojuzgaba Euskadi y que no había parado de sojuzgar España. Los que regaron de esqueletos las cunetas, los que se atrevían a ejecutar nada menos que a Grimau con el mundo en contra, o tiraban estudiantes por ventanas y escaleras.
Y aunque con el tiempo se vea políticamente incorrecto, el día que literalmente se volaron al almirante Carrero, el pardillo con bandadas de pájaros, celebraron su ascensión al cielo.
Euskadi en el corazón y ETA policía del pueblo fueron por muchos años referente justiciero de toda una generación, ahogada por el sistema perverso que no dejaba vivir en paz al pueblo, que seguía obsesionado con la paz del cementerio.
Cuando los gudaris dejaron de ser militares y empezaron a poner bombas en supermercados o aeropuertos la lealtad del pardillo y otras aves comenzó a resquebrajarse, hasta cesar del todo.
Por eso celebraría las paces que intentaron romanos y cartagineses y el momento definitivo en que para general alivio, en Euskadi especialmente, nació el adiós a las armas.
Como el pardillo se precia de ser honrado, no por estar ahora instalado en el confort de la vejez, dejará de reconocer a quienes hicieron justicia en nombre de todos, aunque siempre fueran varios pasos por delante.
Comentarios
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