Por Javier Amor, miembro de Unidos por Nicaragua y La Comuna
Recién instalado en Nicaragua, el pardillo conoció en una recepción a una chica española que estaba casada con un ministro del país. Entre sangría y sangría se fueron contando sus vidas, con las omisiones del caso, que irían desvaneciéndose a medida que el cup –quién se acuerda ya de la palabreja– iba surtiendo efecto.
El pardillo se asombró de la lluvia bíblica desde el primer día. Las mañanas, durante el trabajo, eran espléndidas, pero todo era tocar la campana del recreo y arrancarse a llover con furia oriental. Imposible poner un pie en la calle. La compensación llegaba en las noches, frescas y diáfanas, como una invitación a surcar las olas de lo desconocido.
La chica española invitó al pardillo a su casa y allí conoció al marido ministro que, casualmente, llevaba las mismas barbas y los mismos pelos que el pardillo. Las afinidades electivas desembocaron en una empatía entre aquel grandullón y el modesto pardillo, a tal punto que, con frecuencia, al salir el pájaro de trabajar le pedía al taxista que en lugar de dejarlo en el hotel, le llevara al ministerio, tres o cuatro calles más abajo tirando al Lago.
El joven ministro, de la misma edad que el pardillo, a veces le recibía, a veces le hacía esperar y otras simplemente no estaba o no podía atenderle. Su capacidad de trabajo era legendaria, quedándose en la oficina hasta altas horas de la noche, mientras que el pardillo a las dos y media de la tarde plegaba en su tajo dudoso. A lo que iba al ministerio era a enredar y a vacilar, sin querer enterarse de que el horno no estaba para bollos.
El pardillo intuía que sus visitas relajaban al ministro, que era expansivo y risueño en lo tocante al chascarrillo (especialidad del pardillo) pero serio y reservado en cuanto a la situación del país, que estaba metido en una guerra civil donde los malos estaban respaldados por aquel actor mediocre que hizo bueno el viejo adagio: la mejor prueba de que en Estados Unidos cualquiera puede ser presidente, la tenemos en su presidente. (Coño, como ahora)
Los rústicos ataúdes, sellados con combatientes muertos, llegaban con demasiada regularidad a la capital. Si así nieva en la ciudad, cómo nevará en el monte, pensaba el pardillo.
Esta escabechina le dolía en el alma e incluso asistía a algún entierro en los que nadie estaba demasiado seguro de la identidad del sepultado. El dolor se le fue tornando en una rabia sorda. Le parecía inmoral ver los toros desde la barrera; él, que había escogido Nicaragua para dar rienda a sus pulsiones de revolucionario fracasado.
Cuando en cierta ocasión le dejó entrever al ministro sus aspiraciones, este le dijo: La runga en la montaña no es como ir a cortar café los fines de semana. Se refería a una actividad internacionalista light que practicaban desde los turistas hasta los embajadores acreditados allá. Era una manera de mostrar su solidaridad y justificar el apoyo a aquel proyecto de edificar el hombre nuevo que, como todo el mundo sabe, terminó como el rosario de la aurora.
Lo que parecía un no rotundo del ministro acabó matizándose. En su fuero interno, no se veía en un puesto burocrático alejado del frente.
Una tarde el ministro le espetó su secreto, imponiéndole la más absoluta discreción. Se preparaba un operativo para golpear a la contrarrevolución y había decidido participar. Serían sólo dos o tres días y no pensaba pedir permiso a sus superiores, seguro de que se lo denegarían. Acudiría como un soldado más.
El pardillo le imploró una y otra vez que le llevara con él y parece que la brasa ablandó su corazón. Total, ya metidos en harina, de perdidos al río. El amigo ministro parecía ser tan inconsciente como el pardillo, que pidió unos días de permiso en el trabajo. Nadie le iba a echar de menos.
La primera parte del camino se hizo en un Lada rojo con matrícula normal, vestidos de civil. Nada más pasar el peñón impresionante de Boaco, tomó la desviación a Camoapa donde detuvo el coche. Se puso el uniforme militar que delataba su alto rango y el pardillo se vistió de verde olivo. Por suerte no era de la talla del ministro.
Cuando llegaron a la población donde estaba a punto de comenzar el operativo, paró frente al puesto de mando. El pardillo se encajó unas gafas de sol para pasar por asistente del subcomandante, en quien se produjo una sorprendente transformación. Comenzó a dar órdenes a diestro y siniestro, con una voz estentórea que el avecilla jamás le había oído.
El capitán Alí, jefe del operativo, informó a su estado mayor que ambos codirigirían la operación.
Se trataba de tender una emboscada a una fuerza de tarea de un centenar de contras a las órdenes del super chaquetero Edén Pastora, que se había atrevido a tomar brevemente Camoapa, por lo que no andaban lejos.
El pardillo recogió con cierta aprensión su AKA 47, aparentando familiaridad y destreza. Habían pasado catorce años desde que disparara por última vez su CETME en el Centro de Instrucción de Reclutas número 2, sito en Alcalá de Henares.
La tropa se desplazó en varios jeeps y un camión hasta La Inmaculada y a partir de ahí, a pie. Todos se pusieron los uniformes de la contra o algo parecido, excepto el ministro que rechazó cambiarse.
Una sección de las tropas gubernamentales, disfrazadas de contras, se apostaron en una elevación y el resto hizo contacto con el grupo enemigo, engañándolo con la vestimenta y las maldiciones ad hoc. El capitán Alí, con más cojones que cuarenta curas sordos, mandó formar en el claro a la fuerza de Pastora.
La noche anterior un grupo de zapadores había instalado una potente mina en un claro bajo el Cerro del Corozo, donde ahora se encontraban.
De repente se activó la mina; algunos de los contras volaron por el aire y el resto buscó refugio y comenzó a disparar. Alí y los suyos corrían riéndose, buscando protección desde donde dar gusto al gatillo. Para el pájaro era la hora de las piedras Pómez. Disparó en ráfaga hacia el llano, mientras se cagaba por las patas abajo. La emboscada fue breve y mortífera para los contras. Pero apenas hubo tiempo para cantar victoria. A escasos metros del pardillo, el señor ministro yacía muerto.
Comentarios
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