Al sur a la izquierda

Escrito en el viento

El rey pide perdón. La Iglesia pide perdón. Murdoch pide perdón. Los ejecutivos de la banca piden perdón. La diputada Fabra pide perdón. Las instituciones y las personas públicas le han cogido el tranquillo a lo de pedir perdón... gratis. Parecen haber caído en la cuenta de que pedir perdón es un gesto que queda bien y que no tiene mayores consecuencias que, quizás, esa pequeña humillación que sufre la propia honrilla al verse obligada a admitir que, bueno, en fin, todo el mundo se equivoca y uno no va a ser menos, ¿verdad?

Es difícil, no obstante, saber cuándo alguien pide perdón sinceramente y cuándo la petición es una mera táctica, un puro regate ventajista para quitarse de encima a los defensores de la ejemplaridad, a los pesados y resentidos que descargan su frustración existencial exigiendo a las personas decentes que se arrastren por el suelo por el simple hecho de haber tenido una pequeña debilidad sin importancia.

La diputada Andrea Fabra primero se resistió a admitir que fue una borde al pronunciar en el Congreso su célebre desahogo "¡Que se jodan!", refiriéndose tal vez a los parados, tal vez a los socialistas o tal vez incluso a los parados socialistas. Y escurrió el bulto con el apoyo total de su partido. Después, los cráneos privilegiados del PP se lo pensaron mejor, pensaron que, quieras que no, la gente hoy en día está muy cabreada y decidieron que lo de su diputada merecía una amonestación. Y ni cortos ni perezosos se armaron de valor y cogieron y la amonestaron, a consecuencia de lo cual la diputada ha pedido perdón a los socialistas... por escrito.

Y aquí viene la pregunta moral en enjundia, el interrogante para catedráticos de Ética: ¿pedir perdón por escrito por un insulto pronunciado de viva voz es realmente pedir perdón o es más bien un perdón equivalente a pulpo animal de compañía? No es probable siquiera que la propia diputada Fabra crea que pedir perdón por escrito sea pedir perdón. Más bien es hacer como que lo pides. Hacerlo así es más bien un nuevo insulto, un "¡Que se jodan!" hipócrita y sigiloso que no tiene la gallardía de dar la cara, un "¡Que se jodan!" por partida doble, pues el ofensor no puede ser acusado de ofensa alguna, lo cual deja doblemente inerme al ofendido. De casta, pues, le viene al galgo. O más bien a la galga. Fabra tal vez no tenga mucho talento para la ética, pero desde luego que lo tiene ¡y mucho, además! para la política. Tiene por delante una prometedora carrera.

Más Noticias