Al sur a la izquierda

La gala de Sevilla, la flor de Olvera

Javier Arenas Javier, quién te ha visto y quién te ve, ayer capitán general de las huestes del PP y hoy esperando un destino que nunca será lo que fue; Javier Arenas Javier, quién te ha visto y quién te ve: la caridad de Rajoy, a quien salvaste la piel, es tu único asidero en este amargo PP: lo que a otros como tú les habría sabido a miel, a ti, insigne campeón, a ti va a saberte a hiel.

Disculpe el improbable lector dominical este vil romance en verso macarrónico sobre el expresidente del PP andaluz, pero es que el trance no es para menos. El funeral político de Javier Arenas fue oficiado ayer en Granada por sus compañeros en un congreso del partido doblemente triste: triste porque su improvisado sucesor Juan Ignacio Zoido es un líder triste y triste también porque el capellán Mariano Rajoy que oficiaba la ceremonia de despedida adelantó en un día la hora fijada para el adiós para así ahorrarse el mal trago de aguantar a quienes al día siguiente tenían previsto abuchearle sin piedad a su llegada al Palacio de Congresos de Granada, afeándole los duros recortes presupuestarios anunciados esta semana.

Tuvo Rajoy muchas y muy sentidas palabras para el bronceado dirigente de Olvera. Las tuvo, sí, pero, como esos párrocos desganados que pronuncian sus homilías funerales con el mismo tono apagado y monocorde con que un secretario municipal lee en el pleno una gris ordenanza cuyo contenido se la trae más bien floja, las tuvo en una prosa gastada, monocorde y convencional y, sobre todo, las tuvo Rajoy de una forma y en un momento que traslucían demasiado claramente que el presidente estaba con el corazón y la cabeza puestos en otra cosa. Y no le faltaban motivos para tenerlos. Las decisiones políticas que ha tomado esta semana serán durísimas para los ciudadanos, pero seguro que a su manera lo han sido también para el propio presidente, que no habrá podido borrar de su mente la patética y recurrente imagen de aquel Zapatero de dos años atrás desdiciéndose dolorosamente desde la tribuna del Congreso y anunciando decisiones durísimas sin duda para los ciudadanos, pero seguro que también para sí mismo.

Como aquel caballero asesinado de la melancólica pieza teatral de Lope de Vega que era la gala de Medina, la flor de Olmedo, Javier Arenas era a su campechana manera la gala de Sevilla, la flor de Olvera. Si al de Olmedo lo mató la demasiada envidia, al de Olvera lo mató la demasiada confianza. Por eso esta vez sí que ha tenido que decirle políticamente adiós a Sevilla sin remedio. Ya tuvo que abandonar Andalucía en 1996, cuando, tras su derrota aquí abajo y la victoria de los suyos allá arriba, José María Aznar lo recuperó para el Gobierno, donde además hizo un buen trabajo que todo el mundo  le ha reconocido. Entonces se fue, sí, pero se fue sin irse. Se fue pero no se fue. Algo parecido a lo que ocurrió el pasado 25-M, cuando ganó pero no ganó. En aquel lejano 96 dejó a cargo del partido a la alcaldesa de Cádiz, Teófila Martínez, que como era previsible perdió las elecciones en 2000 y 2004 y que tampoco logró nunca granjearse el cariño de la militancia del PP, pese a trabajar denodadamente para ello. La militancia era de Javier en el 96 cuando se fue y lo siguió siendo cuatro y hasta ocho años después. En la casilla de Presidencia del organigrama del PP ponía el nombre de Teófila, pero todo el mundo sabía que quien mandaba era Javier, lo cual ocasionó no pocas y casi siempre inmerecidas amarguras a la voluntariosa alcaldesa de Cádiz.

Ahora se queda otro alcalde al frente del partido, pero el de ahora conoce bien la historia de Teófila Martínez y no estará dispuesto a repetirla. Zoido ya ha dicho que no dejará la Alcaldía de Sevilla, y eso será sin duda una pesada rémora en su navegación como capitán del navío de la decepcionada derecha andaluza, pero también ha dejado entrever, con respeto pero con firmeza, que él es él y hará las cosas a su manera. Triste, tal vez, pero no tonto. Zoido se propone ejercer de presidente no sólo porque quiere, sino porque puede, porque esta vez sí se puede: Arenas ha dado su último adiós político a Andalucía y el mejor colocado para ocupar su espacio es Juan Ignacio Zoido. Otra cosa es que lo consiga. Otra cosa es que tenga tiempo. Otra cosa es que la significativa porción anti sevillana de militantes y dirigentes del PP le dejen. Otra cosa, en fin, es que tenga el talento, la determinación y la paciencia que requiere una tarea así. Desde luego, para competir por la Alcaldía de Sevilla sí tuvo ese talento, esa determinación y esa paciencia, como demasiado bien sabe esa izquierda de PSOE e IU a la que derrotó holgadísimamente en mayo de 2011.

Mientras tanto, es un misterio qué le espera a Javier Arenas en su inminente destino madrileño de Génova 13. Rajoy le ha prometido un buen sitio, pero el mejor de los disponibles ya lo ocupa María Dolores de Cospedal. Todos en el partido saben que, como Belén Esteban por Andreíta, por la Secretaría General del PP, Cospedal mata. No le será fácil al de Olvera desbancar a la de Albacete de su lugar en la corte. El drama, comedia o lo que haya de ser está, en todo caso, a punto de comenzar. Adquieran sus localidades. Después del verano se alzará el telón. Como el público de los corrales de comedias del Madrid de los Austrias, el de hoy en día no es menos exigente en materia de comedias de lances y enredos. El Arenas muerto ayer en Granada bien podría resucitar mañana en Madrid. Las industrias, aventuras y desventuras del caballero de Olvera habrían dado materia de sobra para una inmortal comedia de Lope. O mejor para un drama, que diría Cospedal.

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