Al sur a la izquierda

La fotografía

Hoy, queridos hermanos, es un buen día para reflexionar sobre el perdón, y el último acto de perdón de alcance planetario ha sido sin duda el protagonizado por el papa Benedicto XVI, que ha indultado a su exmayordomo Paolo Gabriele, condenado a 18 meses de cárcel por robar al Pontífice documentos reservados de cuyo contenido, por cierto, nada sabemos los mortales. El Papa ha perdonado a Paoletto y ha acompañado su virtuoso acto con una fotografía tomada en la celda donde el condenado estaba recluido. La imagen se ha publicado en los diarios de medio mundo y en las televisiones del mundo entero. La virtud siempre ha sido fotogénica, y más en estas fechas.

Lo que no ha quedado del todo claro es si Benedicto XVI ha perdonado a su exmayordomo en su condición de papa, en su condición de jefe del Estado o en ambas condiciones. Y, a su vez, tampoco ha quedado claro si estaba perdonando a Gabriele en su condición de delincuente, en su condición de pecador o en ambas condiciones.

Y aquí, carísimos hermanos, es donde viene lo interesante de nuestra humilde reflexión de hoy. Al indultar al delincuente Gabriele y hacerse una fotografía del momento del indulto, Benedicto XVI ha actuado como un sagaz jefe de Estado. Publicidad gratuita y sin contraindicación alguna. Había acogido en su casa al discreto Paolo y este se revolvió contra su benefactor cual hiena sin escrúpulos saqueando su escritorio, quién sabe con qué viles propósitos. Pero el Papa no le guarda rencor por ello. Vete en paz, hijo mío, y procura de aquí en adelante tener las manos quietecitas.

Ahora bien, al perdonar al pecador Paoletto y fotografiarse perdonándolo, Benedicto XVI ha actuado como un mal cristiano. ¿Por qué, amadísimos hermanos? Porque la condición primera de la virtud para seguir siendo tal virtud es no publicitarse a sí misma, pues en el momento mismo de hacerlo deja de ser virtud. ¿Pasa por ello a ser pecado? Bueno, tal vez no sea pecado, lo que se dice pecado, pero no hay que ser un lince en teología para saber que no está bien.

Los estrategas del Vaticano no parecen haber caído en la cuenta de que la propaganda de ese acto de perdón afea automáticamente la belleza moral del mismo. Benedicto XVI ha hecho lo que habría hecho en su caso cualquier político: aprovechar la ocasión para publicitar su virtud. Con esa fotografía del Papa perdonando a Gabriele Roma vuelve a sacrificar la virtud, que es siempre sagrada, en los altares de la política, que es siempre profana. Lo que no alcanza a entender Roma, y por eso tanta gente en todo el mundo ha dejado de creer en ella, es que su verdadero negocio no es la política, sino que es la virtud. No se engañe la inmortal Roma: la humana tentación de hacer política con la virtud, en vez de virtud con la política, es pan para hoy y hambre para mañana. De hecho, es lo que vienen haciendo la mayoría de los políticos desde hace años. Y así les va, por cierto.

Más Noticias