Al sur a la izquierda

¿Hay alguien ahí…que no robe?

¿Hay alguien ahí? La antigua pregunta fruto del desasosiego humano ante el silencio sobrecogedor de los espacios siderales ya ha sido objeto de numerosas burlas populares, una de ellas el chiste del tipo que, agarrado a un arbusto del acantilado, pregunta si hay alguien ahí que pueda echarle una mano; entonces se escucha una voz que dice ser la de Dios y el desesperado replica, respetuoso pero escéptico, si aparte de Dios no habría por ahí alguien más.

La actualidad nacional nos depara nuestra propia versión, amarga y castiza, del gran interrogante metafísico: ¿Hay alguien ahí... que no robe? Los ciudadanos llevamos demasiado tiempo haciendo el papel del pobre tipo agarrado del matorral con el vacío a sus pies. Cuando, ante nuestra apurada situación, preguntamos quién hay al frente del país y una voz nos responde: "Estamos nosotros, los políticos", de inmediato nos echamos mano a la cartera, aunque se trata de un gesto reflejo del que desistimos rápidamente al comprobar que nuestra cartera no corre peligro porque hace mucho tiempo está vacía, para a continuación preguntar, respetuosos pero escépticos, "De acuerdo, ¿pero hay alguno que no robe?" Naturalmente, la pregunta es demagógica e injusta, pero es que la gente, cuando tiene el abismo bajo sus pies, no suele afinar mucho con la ética de sus preguntas.

La lista de ladrones nacionales es tan larga que ocuparía todo el maldito artículo, así que nos la ahorramos. El último nombre de ella (el último hasta las nueve de la mañana de hoy, hora en que se escriben estas líneas) ha sido el del extesorero del Partido Popular Luis Bárcenas, que guardaba en un banco suizo unos ahorrillos de 22 millones de euros. Bárcenas era entonces el guardián de las cuentas del PP, que a su vez es ahora el guardián de las cuentas del país. ¿A quién le robaba Bárcenas para llegar a reunir esa bonita suma: a su partido, a su país o a ambos? Y si le robaba a su partido, ¿de dónde sacaba su partido tanto dinero del que poder sisarle un pico tan sustancioso? Pero si le robaba a su país, ¿podía hacerlo de otra manera que a través de los contratos adjudicados por instituciones gobernadas por su partido?

Nuestra pregunta más urgente como país no es qué hacer para salir de la crisis, sino qué hacer para que no nos roben. Porque si no contestamos a la segunda pregunta no valdrá la pena contestar a la primera. Estamos tan abatidos y cabreados que ni siquiera aspiramos a que no haya ladrones: únicamente queremos que haya menos. Aspiramos modestamente a estar en la media europea de políticos ladrones. No queremos ser menos que nadie, pero tampoco seguir siendo más que nadie.

Queremos que al frente de todo esto siga habiendo alguien, y alguien elegido por los ciudadanos, desde luego, pero ¡por Dios! alguien que no robe. Bueno, vale, vale, tampoco hay que ponerse estupendo: alguien que robe poco. O alguien incluso que lo haga solo de vez en cuando, llevándose sólo lo imprescindible, lo justo, digamos, para poder comprarse un buen ático en la playa, montar un próspero negocio de hípica o financiarse la coca y los gin-tonic, ¡pero ni un euro más!

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