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Cambiar de opinión

VENTANA DE OTROS OJOS// MIGUEL DELIBES DE CASTRO
* Profesor de investigación del CSIC

La Fundación Edge apunta a promover el pensamiento y la actividad intelectual en la sociedad, primordialmente americana. Publica una revista con su mismo nombre, donde al comienzo de cada enero se propone una "pregunta del año", a la que responden numerosos pensadores. En 2007, por ejemplo, la pregunta fue: "¿Sobre qué es usted optimista y por qué motivo?". En el año que hemos comenzado el interrogante ha sido: "¿Acerca de qué ha cambiado usted de ideas y por qué? Más de 150 personas, en su mayoría investigadores (tanto humanistas como científicos, por simplificar), explican con más o menos detalle de qué forma nuevos datos o evidencias les han hecho cambiar alguna de sus opiniones en los últimos años.

Nada de eso puede resultar extraño a un científico, por eso me ha llamado la atención el enorme revuelo que ha levantado el asunto. Que grandes mentes reconozcan haber modificado sus ideas ha sido descrito por los cronistas de medio mundo como una majestuosa prueba de humildad, de valor y de coherencia intelectual. Pero, ¿acaso podía ser de otra manera? Los investigadores trabajan sistemáticamente para desafiar los conocimientos previos, para cambiar las ideas, sean propias o ajenas. Como dirían los filósofos de la ciencia seguidores de Popper, "no podemos probar nuestras teorías, sólo demostrar sus errores y avanzar depurándolos". Si se trata, por tanto, de buscar valientes, deberíamos ensalzar más bien al hipotético científico que se atreviera a defender no haber cambiado ni estar dispuesto a hacerlo, puesto que semejante respuesta sería equiparable a un suicidio profesional.

Es bien sabido que a otros niveles, en cambio, se valora especialmente el mantenimiento inflexible de posturas, lo que a veces se llama fidelidad a uno mismo, que los viejos hidalgos plasmaban en el "sostenella y no enmendalla". A mi entender, ese es uno de los problemas para que la ciencia y el pensamiento crítico lleguen a permear el tejido social. Recuerdo a este respecto algunas anécdotas sucedidas años atrás en el Patronato del Parque Nacional de Doñana que, si hoy me hacen sonreír, en su momento me originaron serios disgustos. Los investigadores tardábamos tanto tiempo en convencer de una nueva idea a políticos y gestores que, para cuando ellos la adoptaban casi como un dogma de fe, nosotros ya habíamos cambiado. Más de uno pensó que lo hacíamos porque nos divertía tomarles el pelo.

Como sugiere uno de los interrogados por Edge, sólo hay una cosa en la que un investigador que pretenda seguir siéndolo nunca podrá cambiar de opinión, a saber: En la necesidad de plantear en sus proyectos precisamente aquéllos experimentos y observaciones que ayuden a desafiar las "verdades" aceptadas hasta entonces.

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