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Las ‘mataharis’

ESPIONAJE // FERNANDO G. SANZ

* Investigador del Instituto de Historia (CSIC)

Desde su puesto de lavandera, Rosa Hernández Villega tenía acceso a los barcos del puerto de Barcelona, obtenía informaciones y pasaba correspondencia a alemanes y austríacos. Por supuesto, a otro nivel, nada que ver con el trabajo de la agente francesa y pionera de la aviación Marta Richer, alias Alouette, que llegó a ser la amante del todopoderoso jefe del espionaje naval alemán en España, Von Krohn; o Clara Benedict, amante de altos personajes del mundo empresarial alemán; o la espléndida sevillana Adela Monsó, conocida en el mundo de la vida alegre de Sevilla y supuestamente casada con el espía alemán Alberto Hornemann; o la bellísima y popular escritora Pilar Millán Astray, retribuida con 1.000 pesetas cada vez que robaba un documento a las altas esferas de la diplomacia aliada; o, posiblemente, la mejor y más eficaz de todas las espías españolas, Marta Suárez, más conocida como Mercedes Serra, encargada de pasar documentación alemana a Francia. La sofisticación era un grado, la belleza y la, fingida o real, posición social, una llave que abría muchas puertas.

Así pasó por España la treintañera Maeve O’Connor, morena, muy delgada, casi lánguida, elegante, morfinómana, supuestamente canadiense, frecuentando durante más de dos años los mejores hoteles y fiestas de Málaga, Madrid, Palma de Mallorca, Barcelona... Las espías viajaban mucho: fueron enlaces entre las distintas ciudades de la costa y entre España y Marruecos. Fue el trabajo, entre otras, de María Dettman, Emma Schetez, María La Cubana, Pilar Ortiza alias Marta Schwartz, Marta Schuler, Alice Schneider alias Lily. Hubo muchas más, co-cottes y prostitutas de toda Europa, habitantes de otro mundo, vinculado a la violencia y la droga, fundamental –ayer como hoy– para entender el ciclo del espionaje.

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