El Orgullo, la covid-19 y la regularización

David Kirby, enfermo de SIDA, agoniza en los brazos de su padre. Foto: La piedad de Oliviero Toscani para Benetton (1992) / Therese Frare.
David Kirby, enfermo de SIDA, agoniza en los brazos de su padre. Foto: La piedad de Oliviero Toscani para Benetton (1992) / Therese Frare.

Empieza la semana del Orgullo 2020 en todo el mundo. La Guardia Civil española ha decidido apoyar esta semana incluyendo la bandera arco iris en su perfil de Twitter, cosa que ha generado un debate intenso en dicha plataforma. De entre los comentarios de varios tipos hay uno recurrente aludiendo al homenaje que desde 2010 se lleva a cabo cada 27 de junio a las víctimas del terrorismo; algunas personas estiman que deberían haber puesto una bandera o un crespón en homenaje a las personas fallecidas en ese marco en lugar de la bandera de colores. 

Sin, por supuesto, quitarle un ápice de importancia a las muertes por terrorismo, hay que recordar que la bandera multicolor arropa a uno de los colectivos que más fallecidos acumula en circunstancias de absoluta indefensión. A parte de todas aquellas provocadas por agresiones fóbicas, si nos remontamos a principios de los 80, este colectivo fue el más afectado por una de las peores pandemias mundiales que ha sufrido nuestra sociedad contemporánea: el SIDA. Durante los primeros años del virus VIH, cuando todavía era un absoluto desconocido, la comunidad LGTBIQ, principalmente gays y transexuales, empezaron a enfermar y a morir con cifras que iban creciendo de forma alarmante. La popular serie POSE que se estrenó en HBO hace dos años, recuerda lo que ahora parece un pasado lejano pero que todavía es demasiado reciente. Las personas que vivieron el despertar del SIDA recordarán cómo la pandemia pasó de ser "un castigo divino" para un colectivo concreto a convertirse en un problema generalizado y de orden mundial. Lo que no te mata te hace más fuerte, y desgraciadamente la enfermedad forzó muchas salidas del armario, como la del mítico actor Rock Hudson, generando también un intenso debate sobre el tema de la sexualidad y finalmente una fuerte corriente reactiva de empatía hacia el colectivo LGTBIQ. Se encontró una cura y el SIDA ha pasado a ser un recuerdo que principalmente azota a las poblaciones más desfavorecidas de África, lo que a las personas occidentales nos queda muy lejos como para seguir teniéndole tanto miedo. 

Casi cuarenta años más tarde estamos inmersos en la segunda gran pandemia mundial, la covid-19. Aunque todavía estamos bajo shock asimilando la posible magnitud de lo que está sucediendo, el corona parece un virus con un inicio más plural. No ha faltado un primer sector más desfavorecido a priori, el de las personas más mayores, de las que ciertas administraciones y población desenfadada parecen estar dispuestas a prescindir. Sin embargo, ya sabemos que la covid-19 no ha hecho más que empezar y es posible que nos depare sorpresas desagradables, como sucedió con el SIDA, rompiendo nuestra barrera de confort y afectando, incluso matando, a gente mucho más joven, incluso a los niños que ahora parecen relativamente inmunes. 

Este paralelismo, que sorprendemente no se ha citado lo suficiente, debería hacernos reflexionar. La historia no se repite pero rima. Si en mitad de una pandemia tan brutal como la actual no somos capaces de unir fuerzas y hacer aflorar lo más amoroso de nuestra condición humana, no solo perderemos muchas vidas sino que las que queden vivirán muchísimo peor. Todos los esfuerzos deberían estar puestos ahora en cuidar a quienes nos rodean, independientemente de quienes sean. No deberíamos aceptar que ningún colectivo tuviera que volver a pasar en solitario el miedo y el horror de ver cómo sus partes enferman y mueren ante la indiferencia social.

De todos los colectivos que hay en nuestro país, aparte de las personas mayores, uno de los potencialmente más vulnerables al nuevo virus son los inmigrantes que se encuentran en una situación administrativa irregular en España. Entorno a 400.000 personas, según el reciente informe de la Fundación porCausa, que durante la cuarentena tuvieron que dejar sus trabajos forzosamente irregulares y se encerraron en casa, miedosas de salir a calle y que un control rutinario pusiera en evidencia su carencia de papeles. Esto no debería de ser así. Todas las personas de nuestro país deberían tener una situación regular. Asegurar esto debería ser una prioridad colectiva. 

Puede que este hilo parezca un poco enrevesado, pero no es así. El Orgullo es el momento de un colectivo que ha sufrido y sigue sufriendo mucho. Pero también es un grito más amplio que reivindica sociedades inclusivas, empáticas y abiertas: todas somos iguales pero absolutamente diferentes. El Orgullo nos debería hacer mejores, recordándonos que en la diversidad y el amor encontramos siempre las herramientas más poderosas para vencer colectivamente a la adversidad. Ojala esta semana ayude a recordar de dónde venimos y qué es lo que no queremos, ojalá nos vuelva un poco más generosas a todas personas, porque tenemos por delante un largo camino de sobresaltos e incertidumbre. Aplacando el miedo, admirando la diferencia y aprendiendo de ella, cargándonos de respeto y humildad, perduraremos un poco mas y viviremos mucho mejor.