Punto de Fisión

El Estado Islámico en ARCO

Mientras en Mosul se dedican a hacer el arte mierda, en ARCO se dedican a hacer la mierda arte. Vaya una cosa por la otra. La entropía, caracterizada por turbantes, barbas y gañanes analfabetos, ha tomado mazas y martillos para acelerar el proceso histórico y llevar al Estado Islámico a través de un agujero de gusano desde la Edad Media a los albores del siglo XXI. Pulverizar estatuas milenarias puede ser bien un acto de barbarie, bien un desafío vanguardista, algo así como llevar a sus últimas consecuencias aquella herejía de Duchamp pintándole bigotes a la Gioconda. Los teóricos de la provocación no podían sospechar que, con ayuda de un cuchillo y una cámara, unos cuantos monoteístas iban a dejar las instalaciones, las performances, el happening y el body art relegados a la categoría de pedorretas. Puestos a hacer el bestia, el arte conceptual forzosamente tenía que desembocar en el snuff y, por la misma regla de tres, el barbudo religioso en un hipster. Pero, como decía Pazos en Airbag, "el conceto es el conceto" y "a los hechos me repito".

André Breton escribió que el acto surrealista puro consiste en salir a la calle armado de un revólver y disparar al azar contra la multitud. A Breton nunca se le habría ocurrido disparar poesía en un McDonald's, en una universidad o en un islote noruego, pero hacerlo con aviones y con tanques, en nombre de Alá o de la libertad de mercado, le da un empaque apocalíptico al asunto. La violencia real siempre ha fascinado a escultores, músicos y poetas desde aquel terrible verso de La Ilíada que dice que los dioses tejen desgracias para que a los hombres no les falten historias que cantar. Todo esto suena despiadado, suena repugnante, lo sé, pero ya advirtió Karl Heinz Stockhausen (no confundir con el ketchup) que el atentado de las Torres Gemelas fue la mayor obra de arte de todos los tiempos. Merece la pena detenerse en el análisis que el gran pope de la música contemporánea dedicó a la masacre del World Trade Center:

Lo que hemos visto, y hemos de cambiar por completo nuestra manera de contemplar, es la mayor obra de arte jamás realizada: el hecho de que unos seres se preparen como locos para un solo acto durante años y lo ejecuten una vez y mueran en la ejecución, hace que sea la mayor obra de arte jamás realizada. Yo no podría hacer algo similar. Los compositores no podemos hacer nada comparable.

En esto último Stockhausen quizá lleve razón, aunque personalmente él se ha esforzado mucho en dañar el oído humano e incluso ha intentado organizar atentados mediante semicorcheas. Por ejemplo, su Helicopter Quartet, donde los cuatro intérpretes de cuerdas se sube cada uno a un helicóptero distinto y entonces, al cabo del diez minutos de glissandi, pizzicatos y zumbidos, cada piloto busca ansiosamente un rascacielos donde hacer el kamikaze. El subconsciente le jugó una mala pasada a Stockhausen, que no cayó en la cuenta que su inconcebible cuarteto (en realidad, un octeto, porque el bajo continuo de las aspas de los helicópteros también molesta lo suyo) no era más que una mala copia del ataque a la aldea vietnamita de Apocalypse Now, cuando el coronel Kilroy pone Wagner a todo volumen desde los altavoces de los helicópteros para coreografiar la destrucción.

Si hay una frontera que el arte contemporáneo ha intentado cruzar sin reparar mucho en las consecuencias es precisamente la de la realidad, la que define por oposición a la obra de arte. Por eso Stockhausen sentía impotencia y algo de envidia (empatía más bien poca) al contemplar el caos en estado puro: aviones estallando, edificios derrumbándose, multitudes agonizantes. Más pacífico, más culinario, más de andar por casa, Wilfredo Prieto se conforma con poner precio a esculturas que parecen sacadas de un menú de alta cocina: un pan metido dentro de otro pan, un vaso mediado de agua, una sandía cortada en forma de cubo, una piedra untada con mantequilla y otras recetas por el estilo. Lo ve Ferrán Adriá y lo contrata de chef para el Bulli. Uno de los mejores críticos de arte, sin él saberlo, fue el sargento Hartman de La chaqueta metálica, quien definió a la perfección la obra completa de Prieto y la cara del recluta Patoso: "Eres tan feo que podrías estar colgado en un museo de arte moderno". Los hipster radicales del Estado Islámico lo habrían dicho a martillazos.

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