Dominio público

TTIP: Trampa del globalismo neoliberal

José Antonio Pérez Tapias

Miembro del Comité Federal del PSOE

José Antonio Pérez Tapias
Miembro del Comité Federal del PSOE

Me asombra cuánto candor se acumula en torno al Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión, conocido como TTIP -sus siglas en inglés-, al que con frecuencia nos referimos como Tratado de libre comercio entre EEUU y la Unión Europea. Cierto es que a cado paso enseguida me sorprendo de mi asombro al caer en la cuenta de que en verdad no se trata de candor, sino de servidumbre (políticamente) culpable -dicho sea parafraseando una vez más a aquel Kant que abogaba por la "mayoría de edad" de los hombres libres-, por una parte, y de cinismo político, al que tan acostumbrados nos tiene un capitalismo que ya de suyo es cínico, por otra.

¿De qué servidumbre hablamos? De la que encontramos en fuerzas políticas que, haciendo dejación de su responsabilidad ante la ciudadanía a la que representan, entran en posición subalterna en un extraño juego sobre el TTIP al que son invitadas como comparsas, puesto que se les solicita participar en él, pero sólo eso, pues en ningún caso se les va a permitir "ganar". Ello es así porque las reglas de juego están trucadas: nada tienen que ver con procedimientos democráticos, como da a entender la opacidad que acompaña a la negociación sobre el TTIP. En ésta entran de lleno las grandes corporaciones transnacionales, y sus "correas de transmisión" en el gobierno de EEUU y en la Comisión europea. Los diputados del parlamento europeo, como hemos sabido, apenas si deprisa y mal han podido ver una documentación racionada en consultas sometidas a estricta vigilancia, lo que no es sino pisoteo de lo que quedara de soberanía en el ejercicio de representación política que han de desempeñar. En lamentable coherencia con tal práctica antidemocrática,  la comisión parlamentaria dedicada a tales cuestiones ha preparado un informe para presentar al pleno del parlamento que sólo tiene, como tal informe, el valor de un conjunto de indicaciones no vinculantes. Aun así, en dicho informe iban contempladas medidas de arbitraje en caso de conflicto entre empresas transnacionales, con sus inversiones, y los Estados, con sus administraciones y poderes públicos, que habrían de resolver instituciones de arbitraje privadas. Puede considerarse positivo que ese mecanismo de arbitraje, conocido como ISDS, haya pasado en el informe a plantearse como algo a resolver por tribunales públicos, lo cual se anota el grupo socialista como una buena contrapartida obtenida mediante transacciones con la derecha del europarlamento. Con todo, ya es significativo que los Estados tengan que defender sus regulaciones, que serán en cualquier caso conforme a directivas europeas, en tribunales ante los cuales las grandes corporaciones no van a dejar de actuar en condiciones ventajistas.

Si desde los eurodiputados socialistas, como hacen los españoles, se hace notar que se ha puesto como condición -¡en documento no vinculante!- que se respete en el futuro Tratado todo lo recogido en los convenios de la Organización Internacional del Trabajo, hay que saber que EEUU, de ocho grandes convenios sobre cuestiones laborales, sólo ha firmado dos. ¿Se compromete a suscribir los otros seis antes de firmar el TTIP? La pregunta misma es candorosa. Por tanto, para no sonrojarse uno por ello habrá que decir al menos que las mencionadas indicaciones tienen un carácter marcadamente cosmético, quedando, como apelaciones a la buena voluntad, en la periferia de un Tratado cuyo núcleo duro tiene que ver con otras cosas, como bien debería saberse por quienes, como el secretario general del PSOE, asumen un papel activo a la hora de salvar lo que respecto al TTIP se va haciendo. ¿Qué garantías vamos a tener de que el Tratado que salga de las negociaciones efectivas no incidirá negativamente en imprescindibles políticas medioambientales, en servicios públicos a salvo de privatizaciones o en el debido reconocimiento de los derechos de los trabajadores, por ejemplo? Si pensamos en cómo actúa el lobby de la industria farmacéutica estadounidense, tenemos muchos motivos para preocuparnos, y más con el humillante secretismo que padecemos.

Para calibrar, por otra parte, el cinismo con el que se urde y se presenta el TTIP, hay que enmarcar los detalles del mismo en el cuadro en el que se insertan. Es conocido que un tratado de estas características se llama de "libre comercio" para despistar, pues nadie diría de las relaciones económicas entre EEUU y la UE que no son de libre comercio. Desde Vicenç Navarro hasta el Nobel Joseph E. Stiglitz, considerando éste las cosas desde la perspectiva de quien fue Vicepresidente del Banco Mundial y asesor económico del presidente Obama, han insistido en ello con suficiente claridad: el objetivo no es el libre comercio como tal, sino asegurar la coordinación entre países para que sus regulaciones no interfieran con las condiciones y expectativas de esos grandes inversores que, efectivamente, actúan como lobby, no sólo ante los Estados, sino ante una entidad supraestatal cual es la UE. El objetivo no es, por tanto, un libre comercio que prácticamente ya se da, sino controlar las regulaciones que puedan darse, manteniendo la pretensión neoliberal de mercados desregularizados, no sólo de capitales, sino de bienes y servicios y, por supuesto, de trabajo. El libre comercio es la coartada para maniatar la democracia. Y el capitalismo cínico ya se encarga de atarle las manos sin contemplaciones.

Conviene, además, tener presente que el TTIP no es pieza aislada, sino una más en la reconfiguración del orden neoliberal mundial. Si el TTIP se pone al lado del Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica (TPP), que EEUU trata de ahormar con países de Asia y de América -contrarrestando el peso de China-, y se contempla junto al Acuerdo Integral de Comercio con Canadá (CEPA), añadiendo al conjunto el Acuerdo sobre Comercio de Servicios (TISA) tras el que andan más de cincuenta países, tendremos la visión panorámica de cómo reorganiza el capitalismo mundial este mundo globalizado a su imagen y semejanza. Si desde la izquierda se transige sin más, es que ha sucumbido al globalismo como esa variante de la ideología neoliberal que en su día denunció el malogrado sociólogo alemán Ulrich Beck. Y si los europarlamentarios socialistas llegan a la cámara europea y votan a favor del TTIP sin tener en cuenta todo esto van a tener que dar explicaciones a una ciudadanía que no va a aceptar la mala excusa de que todo está confuso por problemas de comunicación.

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