Dominio público

El triunfo del PP: la paradójica necesidad de certidumbre

María Márquez Guerrero

Universidad de Sevilla

María Márquez Guerrero
Universidad de Sevilla

Los resultados de las elecciones del 26J han dejado perpleja, desorientada  a una gran parte de la población, incluidos los propios líderes políticos. Admitiendo  la transparencia en el proceso, y obviando el espinoso tema de las encuestas, que, a la luz de lo ocurrido, no pueden justificarse como instrumentos con una finalidad informativa (aunque sí  potencialmente persuasiva o manipuladora), hay cuestiones inquietantes sobre las que reflexionar. En primer lugar, el gran triunfo de un partido imputado, enfangado por la corrupción. El último caso, ocurrido pocos días antes de las elecciones, fue protagonizado por el propio ministro de Interior: las conversaciones filtradas entre Jorge Fernández Díaz, y el jefe de la Oficina Antifraude de Cataluña, Daniel de Alfonso, mostraban al mundo entero la capacidad  del Gobierno para doblegar investigaciones policiales y judiciales a su voluntad. Sin embargo, los votantes no solo no han castigado el abuso de poder, sino que lo han validado y premiado con un refuerzo electoral inesperado.

Una buena parte de este triunfo procede  naturalmente del "voto cautivo" del PP, el voto de lealtad de los afiliados, votantes estables que respaldarán a la fuerza política en cualquier circunstancia; esta adhesión casi religiosa a un partido tiene en su base razones ideológicas, como la lealtad a un líder o la tradición familiar. Ya lo apuntaba Ortega y Gasset: "Las ideas se tienen; en las creencias se está". Por otra parte, la correlación entre el aumento de votos del PP y la disminución de los de C’s nos habla de la existencia de un voto útil, fugado de la formación emergente  para garantizar la mayoría de la derecha. El pacto de C’s y PSOE lo puso muy fácil.

Noelle-Neumann (La espiral del silencio 1977), tras comprobar la diferencia considerable entre los datos de las encuestas sobre la intención de voto y los resultados electorales efectivos en la Alemania de 1965 y de 1972, se preguntaba por los factores psicológicos que subyacen al "vuelco del último minuto". Un tanto por ciento muy alto de los indecisos se inclinó entonces a favor de la fuerza política que las encuestas presentaban como ganadora. En principio, podría considerarse como manifestación del conocido "efecto del carro ganador", el deseo de participar de la victoria y sus beneficios. Sin embargo, Noelle-Neumann apunta a una aspiración menos pretenciosa: "a diferencia de la élite, la mayor parte de la gente no espera obtener un cargo o poder con la victoria. Se trata de algo más modesto: el deseo de evitar el aislamiento, un deseo aparentemente compartido por todos nosotros". La fuerza ganadora en las encuestas ejerce, por el hecho de ser mayoritaria, una fascinación casi inevitable: no se trata del éxito en la argumentación; tampoco hacen falta siquiera garantías de éxito, trabajo, prosperidad. La adhesión al partido que se presenta como favorito promete un paraíso efímero, pero tan necesario como el sol que nos calienta y el aire que respiramos: la garantía de no estar aislados, de evitar la exclusión y el ostracismo. Para conseguirlo, podríamos estar dispuestos a hacer cualquier cosa, incluso a votar en contra de nuestros principios. Y, llegado el caso, podríamos no votar a la fuerza ganadora, pero sí abstenernos,  guardando silencio "para no señalarnos".

Sin embargo, no comparto con ciertas hipótesis la imagen del votante como un ser tan primitivo, ingenuo y extremadamente vulnerable que resulta ser fácilmente manipulable. Parto de que la gente elige a un partido porque satisface una necesidad ineludible para ellos. Y aquí es donde aparece la perplejidad. Por supuesto, se excluye del enigma a la minoría que se beneficia de amnistías y paraísos fiscales,  además de otras medidas, dramáticamente antipopulares, tomadas por el último gobierno. ¿Qué necesidad satisface el PP para la mayoría de la población que se ha visto cruelmente afectada por el austericidio?  Solo tres días antes de las elecciones, el Brexit alertó a los ciudadanos sobre el riesgo de la desintegración  definitiva de  una Europa agonizante, así como de sus dramáticas consecuencias en los mercados (caídas en bolsa, subida  de la prima de riesgo, desconfianza en los círculos financieros...) El referéndum, base de la democracia, se convirtió en el mayor peligro para la  integridad social. Algunos medios de comunicación y los propios líderes políticos con intereses partidistas rápidamente  asociaron el referéndum inglés con la propuesta de Unidos Podemos para Cataluña. Se confirmó así de manera contundente la existencia de un enemigo capaz de dotar de identidad y fuerte cohesión a un grupo de indecisos, que súbitamente se movilizaron a favor de la fuerza conservadora. Como es sabido, el temor a lo desconocido es una motivación profunda que siempre favorece a las fuerzas inmovilistas

La búsqueda de certidumbre es tan antigua como el ser humano. Se manifiesta en los mitos, religiones y en cualquier sistema de creencias; en las teorías de la ciencia, y en la compulsión por hacer pronósticos, como ocurre con las innumerables encuestas que han precedido a las elecciones. En todos los casos actuamos para dotar de coherencia al caos, creamos relatos que nos dan la confianza y la seguridad de una existencia previsible y sujeta a nuestro control.  Que el gobierno haya sido un fracaso en muchos sentidos deja de ser importante en la medida en que es algo conocido, previsible, y, precisamente, una garantía de continuidad y conservación: de la "unidad" de España, de la integración total en la UE, y,  en general, del estado de cosas presente. El miedo es capaz de crear lo más terribles monstruos. Ante él, la búsqueda de certidumbre lleva al apego a lo conocido y al deseo de contención de las fuerzas emergentes. Esta necesidad es más aguda en estos tiempos  de globalización, donde los mecanismos del poder se han vuelto invisibles,  una  trama tan compleja y oscura que se escapa a toda comprensión y control (D. Innerarity). Un mundo en el que se han difuminado los límites entre los Estados nacionales, donde realmente no existe la soberanía nacional, donde Europa está gobernada por la Troika (BCE, FMI y Comisión Europea), fuerzas económicas internacionales que han secuestrado a la política. El resultado es una angustiosa incertidumbre ante un universo inaprehensible, líquido, como diría Zygmunt Bauman.

Sin embargo, la avidez de certidumbre, el deseo compulsivo de seguridad, que son mecanismos de autoprotección, conducen paradójicamente al empobrecimiento de la vida al no permitir la transformación y el desarrollo. En un mundo donde todo es previsible, donde todo está ordenado y sujeto a control es imposible el crecimiento, la creatividad y la libertad. Puede que huyendo del riesgo de perderlo todo te encuentres viviendo en la calle, sin apenas nada que llevarte a la boca, sin seguro para la enfermedad, sin medios para la educación. No hay otra forma de evolucionar que abrazar la incertidumbre, es la única manera de vivir plenamente.

En mi opinión, esa necesidad de escapar de la incertidumbre explica también, en parte, la  pérdida de votos de Unidos Podemos, que ha pagado una factura altísima por su indefinición, por la vaguedad de sus contornos ideológicos. En su estrategia hacia la conquista del poder se ha desdibujado parte de su identidad provocando sospecha y desconfianza, algo que le resulta intolerable a una población tan necesitada de sólidas certezas.

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