Dominio público

Una ayuda en cuestión

Aitor Zabalgogeazkoa

AITOR ZABALGOGEAZKOA

Una ayuda en cuestiónEn los días que siguen a una catástrofe suele plantearse la eterna pregunta de si la ayuda está siendo eficaz, interrogante que llega cuando hay más incógnitas que certezas y cuando los análisis sobre la coordinación de la asistencia, de su pertinencia, la profesionalidad de quienes la prestan y el destino de los fondos utilizados para ello sólo se basan en primeras impresiones y en antecedentes no siempre válidos. Luego, el tiempo pasa y las preguntas se olvidan.
Haití, sin embargo, ha tenido la desgracia de sufrir dos catástrofes de enorme magnitud en un solo año: el terremoto del 12 de enero de 2010 y la epidemia de cólera que comenzó el pasado octubre. Ambas han colocado al país bajo el foco mediático, por lo que estas preguntas vuelven ahora, cuando ya disponemos de datos para este análisis. Hace ya seis meses ofrecimos suficiente información
como para hacer saltar unas cuantas alarmas. La principal conclusión de entonces, y de ahora, es que el sistema de la ayuda internacional no está respondiendo de una manera adecuada a catástrofes de esta magnitud.
La realidad es que, un año después, muchos de los programas anunciados no se han puesto en práctica y se han desembolsado pocos de los fondos prometidos por la comunidad internacional. Mientras tanto, las condiciones en que viven los haitianos siguen siendo pésimas. Si Puerto Príncipe da la impresión de haber sido sacudida por el terremoto ayer mismo es porque la ayuda prestada ha sido insuficiente, ya fuera en materia de vivienda, de saneamiento, de potabilización de agua, de restablecimiento del sistema de salud, de expropiación de terrenos o de planificación. En el país en el que se ha producido el más importante despliegue de ayuda humanitaria de la historia, quedan muchas lagunas sin cubrir a día de hoy.
La Comisión Interina para la Reconstrucción de Haití ha materializado pocos pasos concretos. La falta de compromiso ha sido, en primer lugar, financiera. A finales de marzo, la Conferencia de Donantes anunció aportaciones por valor de 9.900 millones de dólares. Para septiembre, los donantes seguían renqueando, y a mediados de diciembre, el fondo de la Comisión Interina había recibido sólo un 10% de los 2.600 millones comprometidos para los proyectos ya aprobados. En este caso, el Gobierno español ha destacado por su diligencia y compromiso, pero su aportación termina siendo una gota en mitad del océano de miseria y violencia en el que vive Haití. Los países donantes siguen esperando el recambio de un Gobierno en el que no confían, y mientras la recuperación arranca, las necesidades humanitarias tampoco están siendo atendidas de manera eficiente.

Estos cálculos políticos, sumados a la indefinición del Plan de Acción del Gobierno haitiano, que apenas abordaba las prioridades en materia de salud, han impactado en la respuesta a las necesidades más urgentes. La salud de la población y la capacidad para contener el riesgo de epidemias dependen de la mejora de las condiciones de saneamiento y de distribución de agua potable, y de que los cerca de un millón de desplazados que siguen viviendo prácticamente a la intemperie, bajo lonas que debían ser sólo una solución temporal, tengan acceso a un refugio de suficiente calidad.
Muchos haitianos siguen en condiciones de gran vulnerabilidad, y más ahora al enfrentarse a una segunda emergencia, la epidemia de cólera, que no sólo era prevenible sino que además es de respuesta sencilla y poco costosa. Y, sin embargo, en el país de las 12.000 ONG, más de 3.600 personas han muerto por esta enfermedad desde el pasado octubre y 150.000 se han contagiado.
Durante la epidemia de cólera, como tras el terremoto, el sistema humanitario liderado por Naciones Unidas, el mismo que ha tutelado Haití durante los últimos años, no ha estado a la altura. No ha habido reactividad de los programas ya en marcha ni flexibilidad en el uso de los fondos recaudados tras el terremoto para atender esta segunda emergencia, los mecanismos de coordinación han sido meros mecanismos de intercambio de información sin capacidad de decidir ni actuar, y el tiro se ha errado a menudo al concentrar la asistencia en Puerto Príncipe en detrimento de las zonas de la periferia y de las desatendidas zonas rurales.
Un año después de la catástrofe es importante revisar lo que se ha hecho y lo que no, y las decisiones que se tomaron. Hay muchas lagunas en la respuesta internacional a desastres, y Médicos sin Fronteras también reconoce que existen áreas en las que puede mejorar su trabajo, como por ejemplo en la preparación para volúmenes masivos de heridos o en las actividades de refugio.
Las agencias y actores internacionales deben estar a la altura de los compromisos que asumieron a bombo y platillo con los donantes de fondos y deben ser transparentes con la utilización de lo recaudado y con los logros obtenidos. La rendición de cuentas es esencial para no perder la confianza de tantos y tantos miles de personas que aportaron sus donaciones a la comunidad humanitaria para responder al terremoto. Pero sobre todo deben cumplir las promesas hechas al pueblo haitiano y responder a las ingentes necesidades que siguen soportando.

Aitor Zabalgogeazkoa es director general de Médicos sin Fronteras

Ilustración de Alberto Aragón

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