El azar y la necesidad

España, un relato por escribir.

España como nación está por construir, a pesar de lo alto que vociferen su nombre  algunos. En su momento lo recordó alguien tan poco sospechoso de separatismo como Ortega y Gasset:  "dado que España no existe como nación, el deber de los intelectuales es construir España" . Las naciones se edifican en base a un relato, que tiene poco de real, que pertenece al terreno de la ficción, pero que tiene el valor de ser compartido.  España no posee ese relato. Francia, por poner un ejemplo,   recuerda emocionada estos días el estúpido sacrificio de sus soldados en la Primera Guerra Mundial,  alardea de la resistencia frente a la ocupación alemana y se olvida de la vergüenza de la colaboración. En Francia, hay un acuerdo formal que va desde la extrema izquierda a la extrema derecha, sobre la simbología y los mitos propios, que acoge desde la bandera y la marsellesa, hasta Juana de Arco o Jean Moulin. España no tiene nada de eso, y no porqué no tenga símbolos, o momentos heroicos, los tiene. El problema está en que las heroicidades de los últimos tres siglos,  se han fraguado en enfrentamientos fraticidas, en desastres coloniales o en la resistencia a las distintas dictaduras. Y así resulta difícil escribir un relato compartido, aunque sea de ficción.

En el tozudo empeño de idear un espacio de orgullo común para los españoles andan desde hace tiempo algunas cabezas pensantes, como la de José María Aznar.  El relato de España que escribe Aznar se estructura  en base a distintos parámetros de ficción, unos históricos, otros intelectuales. El histórico empieza en el año 1977, con la transición, con el éxito de la reforma frente a la ruptura, con el supuesto triunfo de la concordia frente la confrontación: "la democracia española de 1978 sólo ha decepcionado a los que nunca quisieron su éxito". En el plano intelectual y político Aznar encontró en Azaña un referente homologable y compartible,  el  Azaña de las veladas de Benicarló. Aznar, en el año 1997, en la presentación del libro "Manuel Azaña, diarios 1932-1933", afirma: "Su emocionada vibración por aprovechar las oportunidades de su España en la historia contemporánea de sus días es de la mejor ley". Ese principio "azañista" regirá la labor de Aznar como presidente, aprovechar las oportunidades de España, pero no para crear un país más justo, sino uno de más poderoso más allá de sus posibilidades reales para poder asumir un papel de primera línea en la esfera internacional. Devolver a los ciudadanos el orgullo de ser españoles, atenazar a los díscolos separatistas con el hierro del AVE,  poner los pies sobre la mesa del amigo americano. Toda esa ensoñación de Aznar se ha diluido frente a la cruda realidad de un país demasiado pobre y demasiado pequeño para albergar tan altos sueños imperiales y alimentar a la vez  a tan numerosa legión de corruptos y vividores.

Pero que no se desespere Aznar,  hay algo que une a todos los españoles, más allá de la liga nacional de fútbol: siglos de mal gobierno con  monarcas y políticos patrioteros, mediocres, fanfarrones y corruptos.  El mal gobierno ha sido repartido con exquisita solidaridad interregional, y ha afectado  de igual modo a los andaluces, a los gallegos, a los castellanos o a los catalanes.  A falta de gestas militares, o de grandes logros sociales, y con un marco apenas discontinuo en el tiempo  de falta de justicia y de libertad,  el mal gobierno de España ha forjado  la identidad de sus ciudadanos con  la lenta cadencia de una gota malaya.

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