El mundo es un volcán

Los extremos se tocan en Holanda

Tal vez lo más sorprendente de las elecciones legislativas que se celebran el próximo miércoles en Holanda sea que, si los sondeos no van desencaminados, se producirá un cierto trasvase de votos desde el extremo derecho del arco político, es decir, la ultraderecha xenófoba e intolerante que se aglutina en el Partido de la Libertad de Geert Wilders, hacia el extremo izquierdo representado por el Partido Socialista de Emile Roemer. Es éste la estrella ascendente de una formación hasta ahora sin vocación de poder pero que tiene una posibilidad real de obtener el mayor número de escaños en el Parlamento, aunque dada la enorme fragmentación de éste no le sería nada fácil formar Gobierno.

Lo más probable es que los comicios dejen por delante un largo periodo de complejas negociaciones para intentar componer una mayoría estable entre socios separados por fuertes diferencias en la cuestión clave: la medicina a aplicar para sanear las cuentas públicas y cumplir con las exigencias europeas para reducir el déficit (del 4,2% al 3% que exige Bruselas), contribuir a evitar que Grecia salga del euro y financiar el previsible rescate de España e Italia. Una opción, la de solucionar los problemas ajenos con dinero propio, que suscita una fuerte resistencia entre la población, aunque no tanto como en Finlandia, país que ha cumplido sus deberes, que tiene bajo control el déficit y la deuda, que no entiende que haya que ayudar a quienes derrocharon sin límite y engañaron en sus cuentas públicas, que abomina de la ‘mutualización’ de la deuda soberana de otros países de la UE y donde el Gobierno no oculta que estudia la estrategia a seguir si se decide abandonar el euro. Salvando las distancias, este mismo sentimiento está muy extendido también en Holanda.

Roemer no tiene la culpa de la indeseada afinidad parcial con la ultraderecha, aunque pueda beneficiarle, y rechaza toda posibilidad de acuerdo con Wilders, que parece haber tocado techo tras una espectacular ascensión en los últimos años que le ha convertido en el tercer grupo de la Cámara. Aunque pase a ser el cuarto (como vaticinan los sondeos), seguirá siendo una fuerza importante y con amplia capacidad de movilización.

Lo que une a ambos dirigentes, más allá de sus radicales diferencias en otros aspectos, es un euroescepticismo que, en el caso de Wilders llega al extremo de propugnar la salida de la Unión, la creación de una nueva moneda nacional (el Neuro, con N de Nederland, Holanda) e incluso dejar de contribuir al Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la ONU, a esta última ¡porque acoge a países musulmanes! Roemer está a años luz de estas posiciones radicales, pero rechaza también los recortes que el Gobierno hoy en funciones que preside el liberaldemócrata (conservador) Mark Rutte ha impuesto para cumplir con el objetivo de déficit, un tijeretazo que probablemente no baste y que amenaza con lesionar el Estado del bienestar.

Es en este punto, y con numerosos matices, donde se produce cierta confluencia con Wilders, aunque, por supuesto, Roemer no se plantea el abandono de la UE ni la salida de la Eurozona, y tampoco se opone frontalmente a una cierta solidaridad con los países del Sur, al menos con España e Italia. En cuanto a Grecia, propugna no darle ni un euro más, pero ampliando el plazo para que ponga sus cuentas en orden. En línea más o menos con la actitud de Hollande, sostiene que los recortes drásticos y la austeridad, sin una política activa de fuertes estímulos al crecimiento, agravan la crisis y retrasan la recuperación, aunque los efectos de la crisis no parezcan tan graves vistos desde España, donde, por ejemplo, la tasa de desempleo es cuatro veces superior).

Roemer está de acuerdo, al menos en teoría, en cumplir con el objetivo de déficit, pero sin agobios, tal vez retrasando la fecha tope, y reduciendo el precio a pagar para conseguirlo, es decir, sin cuestionar las bases del Estado de bienestar, muy fuerte y consolidado en Holanda. El dirigente socialista rechaza ceder tanto poder a Bruselas como para que lleguen desde allí las instrucciones de obligado cumplimiento que terminan afectando a aspectos clave como la sanidad, la educación, las pensiones y la legislación laboral.

El líder socialista amenaza incluso con someter a referéndum el pacto fiscal y con no pagar una eventual sanción comunitaria en caso de no respetarlo. Holanda es uno de los cuatro países de la UE que conservan la máxima calificación crediticia (AAA), lo que le da un margen de maniobra del que carece España, cuyo Gobierno purga los pecados del derroche y la burbuja inmobiliaria obedeciendo ciegamente, sin cuestionarlas ni buscar alternativas, las órdenes que llegan de Europa, a costa de una grave pérdida de soberanía y del empobrecimiento generalizado de población. En Finlandia, otro de los países de la TripleA,

Estas elecciones son una especie de plebiscito (uno más) sobre la pertinencia de las políticas de austeridad para combatir la crisis, y su resultado influirá más allá de las fronteras de Holanda. También pondrán a prueba la capacidad para capear la crisis de los partidos tradicionales. Ni el de Wilders ni el de Roemer lo son. Éste último, por vez primera, tiene una posibilidad real de más que duplicar su número de escaños en 2010 (15) y de alcanzar el poder, aunque su posición como fuerza más votada se ve amenazada no sólo por los liberaldemócratas del primer ministro Rutte, sino también por otro partido ‘de los de siempre’, el Laborista (socialdemócrata) de Diederik Samson, más moderado que el PS, pero con el que comparte muchos puntos de vista y que ‘a priori’ se presenta como su aliado más lógico.

La Cámara tiene 150 escaños, y ni las previsiones más optimistas otorgan 76 a la suma de socialistas y socialdemócratas, lo que les forzaría a buscar socios por el centro y la derecha con los que tendrían que articular una delicada alianza en la que todas las partes tendrían que ceder incluso en aspectos esenciales de la política económica. Roemer, máximo protagonista al menos hasta que las urnas arrojen un veredicto definitivo, defiende un gran pacto social para superar la crisis que debería apoyarse en una mayoría parlamentaria, pero ni siquiera si queda en primer lugar, tiene garantizado que vaya a presidir el Gobierno.

Lo peor que podría ocurrir sería que el ultra Wilders pudiese volver a actuar como árbitro tal y como ocurrió tras los últimos comicios, cuando apoyó (aunque sin entrar en el Gobierno) a Rutte, al que dejó caer al no respaldar el plan de recortes presupuestarios. Esta vez lo tendrá más difícil. Su partido pierde terreno, según los sondeos, y podría perder 6 o 7 de sus 24 escaños. En cualquier caso, ojalá que el resto de los partidos, por muy separadas que se hallen sus posiciones, por muy compleja que resulte la aritmética poselectoral, se pongan al menos de acuerdo en marginar a este individuo que encarna lo peor que ha traído la crisis y que se extiende como una pandemia por toda la UE: el aumento de la insolidaridad, el racismo, la xenofobia y la intolerancia.

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