Luna Miguel

Feliz día, amiguitas.

2008. Aún tenía 17 años, alguien me preguntó si alguna vez me había sentido discriminada. ¿Discriminada? ¿Discriminada por qué? Me dije. Eran tiempos felices. Adolescencia feliz. Tanto mis amigas como yo éramos chicas de instituto que vivían al margen del mundo, saliendo con chicos que vivían al margen del mundo, construyendo una imagen superficial y demasiado bonita de la sociedad que nos rodeaba. Demasiado optimista. Vivimos en igualdad, pensábamos, cómo mola todo.

2009 fue el año en que comenzamos la Universidad. Algunas de nosotras también empezamos a trabajar y a dedicarnos a lo que nos gusta o a lo que odiamos... pero siempre es mejor iniciarse pronto en esta cosa terrible del mundo laboral, o qué: preparar cafés, entrar en la empresa de papá, dar conciertos remunerados, escribir artículos para revistas que pagan poco, trabajar gratis porque, oye, algún día me dará beneficios, o impartir clases particulares a niños pequeños.

2010. Bienvenida al desierto de la realidad. Ya eres adulta, ya te ganas el pan tú solita. Y entonces recibes ese comentario machista, o te das cuenta de que alguien en tus mismas condiciones pero con pene, cobra más que tú. Y ves cómo te exigen que seas lo que no eres, o que si estás ahí es porque se la has chupado a alguien, o que un chico no puede venir en pantalón corto pero tú ponte la falda y enséñame hasta el agujero del culo si quieres. ¿Qué? ¿Qué ha cambiado en sólo dos o tres años?

2011. Ya somos adultas y nos dicen: hoy es el día de la mujer... ¿Para qué? Si cuando creía que todo era maravilloso como a los diecisiete... aprendo por fin el significado de desigualdad.

Más Noticias