Otras miradas

Postureo ético

Máximo Pradera

Máximo Pradera

Antes de entrar en su etapa azul de falangista (llegó a ostentar el carnet nº 4 del partido de José Antonio), mi abuelo Rafael Sánchez Mazas frecuentaba en Bilbao una tertulia literaria que se reunía en el Café Lyon D´Or. Entre los asiduos, destacaba por su insufrible verborrea un periodista (pedante hasta decir basta) llamado Pedro Mourlane Michelena. Un buen día mi abuelo dijo basta y delante de toda la concurrencia, lo dejó en ridículo:

Con el trabajo que le cuesta a usted fingir una cultura que no tiene, podría haberse hecho una cultura de verdad.

Mi segundo apellido es nchez por mi abuelo y mucho me temo que de él he heredado su actitud de denuncia inmisericorde de todo tipo de postureo. Si hace un tiempo me tocó escribir sobre el farsante de Ruiz–Gallardón y sus patéticos alardes de cultureta musical, hoy quiero hablarles del actor Colin Firth, que ha anunciado a bombo y platillo, en una entrevista a The Guardian, que nunca más volverá a trabajar con Woody Allen. Estamos ante un caso flagrante de postureo ético (exhibir como un pavo real un coraje moral del que careces), pero para que el lector no piense que voy repartiendo sambenitos con la misma ligereza que un pepero sobres, voy a tratar de motivar mi acusación.

Las declaraciones de Firth se producen el mismo día en que Dylan Farrow, la única hija de Woody y Mia, concede una emotiva entrevista a la CBS en la que nara como, cuando tenía siete años, su padre adoptivo la había manoseado, cual viejo verde de película de Berlanga, prometiéndole que a cambio de guardar su pequeño secreto, la llevaría a París para convertirla en estrella.

En primer lugar hay que decir que aunque Woody se escribe con W, como Weinstein, los casos no pueden ser más diferentes. Si los abusos del productor están más claros que el caldo de un asilo, a pesar de no haber sido investigados, los de Allen provocan dudas más que razonables, precisamente por haberlo sido de manera concienzuda. Tras la primera denuncia de Dylan, ocurrida hace más de veinticinco años, tanto la Clínica de Abusos Sexuales Infantiles de Yale–New Haven como los Servicios de Protección del Menor del Estado de Nueva York llegaron a la conclusión de que la niña no había sido molestada (anglicismo que prometo no volver a emplear más en este artículo). Sus informes aseguraban en cambio que era probable que la madre (Mia Farrow había descubierto la infidelidad de su marido hacía unos meses) la hubiera inducido a inventarse una infamia como venganza. Recordemos que el caso Dylan se produce poco después de que Mia encontrara, en un cajón de su casa, unas fotos de su hija Soon Yi desnuda, tomadas, presumiblemente por Woody Allen.

Dylan Farrow lleva contando la misma historia desde hace un cuarto de siglo (en 2014 en una carta abierta al New York Times) pero es precisamente ahora cuando Colin Firth hace su anuncio. ¿Qué ha cambiado desde entonces?  Varias cosas. Woody rodó con Firth una película en 2013 y desde entonces no le ha vuelto a llamar. Ahora Allen tiene 82 años y está en el ocaso de su deslumbrante carrera. ¿Cuántas películas le quedan por hacer? Tras el linchamiento mediático al que se lo está sometiendo, a lo mejor ninguna. No es lo mismo anunciar que ya no volverás a rodar con un director que acaba de ganar un Oscar que con uno que está de retirada. Pero por encima de todo, lo que ha cambiado es el clima en las redes sociales. La denuncia del acoso sexual masculino no solo no es percibida como una caza de brujas, sino que proporciona pingües dividendos ante la opinión pública. Los mismos (mutatis mutandis) que obtuvo Amancio Ortega cuando anunció a bombo y platillo que regalaba trescientos veinte millones de euros a la sanidad pública.

Por eso, cuando des limosna, no toques trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres.

decía San Mateo en su Evangelio. Es lo que ha hecho Colin Firth en su entrevista a The Guardian, tocar trompeta. Para que todos digamos ¡Qué valiente es! ¡Qué desinteresado! ¡Y qué renuncia más grande acaba de hacer por una cuestión de principios! 

Cuando hace unos años, fui acusado en redes de maltratador por un tertuliano cavernícola, el sujeto, hoy condenado por injurias, no se contentó con pisotear mi reputación: fue más allá y conminó a A3Media a no seguir empleándome.

La denuncia de Dylan Farrow en televisión tiene también el inconfundible tufillo del chantaje mediático. No se ha limitado a contar su historia, sino que ha acusado a todos los actores que aceptan ponerse a las órdenes de Allen de ser cómplices sociales del presunto degenerado sexual. Su forma de obtener la justicia que le niegan los tribunales es aprovecharse de los vientos antiacoso que soplan últimamente, para intentar sacar al anciano Woody del mercado.

Por supuesto que Woody nunca abusó de mi hermana. Ella le quería y esperaba con ganas que él nos visitara. Dylan nunca se escondió de mi padre hasta que nuestra madre logró crear un ambiente de miedo y odio hacia él.

Son palabras de Moses Farrow, el tercer hijo adoptado de Woody y Mia.

Qué pena no ser una estrella de Hollywood para poder proclamar en Variety que estaría dispuesto a hacer incluso de extra sin frase en cuanto Woody Allen me lo propusiera.

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