Otras miradas

Litopedia: el caso del embarazo de una anciana

Javier López Astilleros

Analista político

Los maridos de las mujeres argelinas que fueron violadas ingresaron en el FLN (Frente de Liberación Nacional). Aquellos/as que perdieron sus tierras, y pasaron a ser aparceros de los franceses, también formaron parte del FLN. Todo apunta a que la guerra de Argelia fue de una crueldad extrema y salvaje, pero también la expresión bestial de un atavismo donde se mezcló todo, religión, tierras, violaciones y terrorismo generalizado, como si el vencedor, además de llevarse el oro, tuviera el derecho de socavar y exterminar la identidad de su adversario.

En Antropología de ArgeliaPierre Bourdeau describe-magistralmente- la alienación sufrida, la desculturación, como se fue vaciando la identidad individual, tras una paciente invasión que incluía todo tipo de medios al servicio del colono. Los ‘indígenas’ terminaron por transformarse en vasallos en los campos, y en una masa miserable en las urbes.

El proceso de descomposición vino con la ruptura social y solidaria de las tribus y familias extensas. La emigración masiva a las ciudades, tras la privatización forzada, el robo de las tierras comunales para entregarlas a los colonos, y la segregación espacial y humana, fue la manifestación natural de un sistema colonial aislado de la sociedad a la que pretendía instruir. Y es que para Napoleón IIIArgelia era un reino árabe, una colonia europea, y un campamento francés. Bajo esta perspectiva, es fácil de entender el por qué del fracaso del imperio de las luces.

Es verdad que se produjo una modernización de las infraestructuras de algunos Estados, como Túnez, Argelia o Marruecos, pero casi siempre dirigida al servicio de la metrópoli, de sus viñedos y campos de cereales. La ilustración francesa apenas dejó un puñado de médicos de origen autóctono en el momento de su repliegue (1962). En total,  132 años de tensión y un auténtico fracaso, lo que aún hoy se manifiesta en territorio ‘continental’ europeo.

No llegó la civilización al Magreb. Fue una penetración forzada en unas tierras refractarias al colonialismo, en un espacio que durante centurias desarrolló formas políticas y sociales vinculadas al Islam.

Ciertas élites magrebíes comprendieron la oportunidad, y aprovecharon el nuevo estatus para reformular su proyecto de Estado, eso sí, a costa de traducir un sistema social y económico autóctono al lenguaje de la modernidad, lo que ha generado mayor confusión, la propia de una frontera entre la biografía de un pueblo sin nación, y la ficción de un imperio integrador.

Pero lo que se produjo no fue simple rapiña. Fue también (y lo que es más grave) una desestructuración de familias extensas, esculpidas minuciosamente durante siglos.

Fue un despojamiento cultural, a consecuencia del monocultivo ilustrado de la metrópoli. Tras la labor de deconstrucción paciente de las formaciones tribales, solo quedaba la pérdida de orientación. Los descendientes de la independencia encontraron una frontera  confusa entre la tribu y el Estado. Ni siquiera pudieron asimilarse a la tierra prometida. Pocos hijos de Napoleón III-ni de las sucesivas repúblicas- se unieron en fraternal matrimonio con las ‘indígenas’, es decir, las soberanas de sus tierras.  

Forzar el Mediterráneo sur y el Levante tuvo sus consecuencias. Sobre todo cuando las leyes se votaban en París, e iban acompañadas con los preceptivos sobres, práctica que se extiende hasta la actualidad, tal y como nos cuenta con precisión Álvaro Longoria en Hijos de las nubes (2012).

El resultado era el esperado: migración masiva de magrebíes en busca de medios de subsistencia, mientras una élite norteafricana disfrutaba-y disfruta- de los mimos de París.

Estamos en condiciones de decir que el sur del Mediterráneo ha experimentado una especie de pseudociesis (embarazo fantasma). 

Lejos de encontrar progreso, el edificio político e institucional se ha quedado a medio camino entre una identidad arrebatada y una personalidad indefinida. Tampoco funciona la dualidad y oposición entre laicistas e islamistas, al no formularse ninguno de los estados como aconfesionales.

Hubo un tiempo en que todo indicaba que iba a fructificar una nueva civilización en los límites norteafricanos, iluminados por la antorcha de una democracia gruesa, sin adjetivos ni matices.

Si la miseria aumentó para los desheredados, las élites urbanas adoptaron lo que consideraban más útil del liberalismo-adivinen- y se acoplaron.

El sistema político francés desertó de su afán civilizatorio, a consecuencia de su incompetencia y crueldad, pero en el país quedó un cierto tufo paternalista. Como epítome de su labor ilustrada, probaron bombas nucleares en las proximidades Reggane, en el Sahara (1960-1966). La masa radiactiva se extendió desde Centroáfrica a las mismas las costas de la península ibérica. Miles de personas resultaron afectadas.

Hay un término que es interesante explorar y que tal vez ilustre lo sucedido en varios países del norte de África. Se trata de Al Raqed. Hace referencia al niño dormido en el vientre materno. Según algunas creencias, la criatura duerme en el vientre materno hasta que la despiertan o es ‘expulsada’ con hierbas y sortilegios.

Algunos antropólogos consideran que el niño dormido (feto) es utilizado para encubrir embarazos no deseados-los conocidos como los hijos de la fornicación, y así evitar el escarnio social. El niño puede nacer así ‘en un momento adecuado o preciso’. Sin embargo, otros investigadores consideran que Al- Raqed expresa fenómenos físicos-y psíquicos- en el cuerpo de la mujer, como los embarazos fantasmas o las gestaciones fuera del útero, conocidos como embarazos ectópicos.

Sin embargo, hay niños que duermen durante años en el vientre de sus mamás, hasta que son ancianas. En ese caso, el bebé las acompaña hasta el final de sus días.

Zahra Abotalib, una mujer octogenaria, quedó embarazada en 1955, el año en que Mohamed V declaró la independencia de MarruecosLa misma fecha en que se produjo el autogobierno en Túnez. Y el inicio de las terribles batallas en la Casba de Argel. Además, en 1955  se celebró la Conferencia internacional de Bandung, máxima expresión del fin del colonialismo y la apertura de un nuevo tiempo en las relaciones internacionales.

Al parecer, la joven Zahra se asustó justo en el momento del parto, tras presenciar como fallecía una mujer después de una cesárea. Marchó a su casa corriendo. Y allí se quedó, hasta que dejó de sentir a la criatura.

El resultado fue un embarazo de 56 años. En el año 2010- año del inicio de la extraña primavera árabe- los médicos tuvieron que intervenir de urgencia, ante los intensos dolores de la mujer. Zahra convivió con un feto que se transformó en un fósil-tras el paso del tiempo-acoplado fuera del útero. Un hijo no nacido que ya era parte de sus entrañas.

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