Carta con respuesta

El tocomocho

Nunca me ha parecido acertado que el Gobierno (local, autonómico o central) destine recursos públicos a la publicidad que, prioritariamente, tiene por objetivo ensalzar sus actuaciones, y menos si existe una parte de la población condenada a vivir en la isla de la precariedad. Y, ahora que la adversidad económica se ha agudizado alcanzando a un mayor número de familias, las Administraciones Públicas deberían ser extremadamente celosas y eficientes con el erario y, por tanto, suprimir cualquier gasto en autobombo. Si estas prácticas no causan desvelo ni preocupación a sus protagonistas,  ¿será que no implica factura alguna en las urnas?

  

ALEJANDRO A. PRIETO ORVIZ. GIJÓN 

Creo que es al contrario: esperan que les dé beneficio en las urnas. A mi modo de ver, la política española tiene dos axiomas. Uno, el del Gobierno: somos buenos, muy buenos, lo que pasa es que no logramos contarlo bien. Otro, el de la oposición: nos ocupamos de lo que le interesa al español medio, somos como él, sintonizamos.  

Los dos me parecen más falsos que un duro de madera y además basados en presuposiciones tan pintorescas como peligrosas. El Gobierno presupone que la ciudadanía es incapaz de percibir con sus propios ojos los grandes beneficios que recibe. Una carretilla de propaganda y asunto concluido. La oposición, por otro lado, presupone que todos los españoles son más o menos iguales. Empresarios y parados, católicos y ateos, jóvenes y mayores, etc., todos unidos, con los mismos intereses y puntos de vista, hasta formar ese fantasmagórico español medio que (mira tú qué casualidad) es igual que los del PP. El Gobierno, convencido de que todo lo que hace es fabuloso, no entiende por qué los ciudadanos no lo reconocen: será que son tontos. La oposición, convencida de que es depositaria del sentido común, no comprende cómo tantos españoles medios se han dejado engañar: será que son tontos. 

En resumen, que están de acuerdo en lo fundamental: que somos tontos perdidos o de Carabaña (se nos engaña con una caña). Con esa premisa, la conclusión es una pregunta: ¿quién tiene más estampitas para darle el tocomocho a estos tontos?

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