Todo es posible

Por cuatro trajes de nada

A quienes, por motivos profesionales, hemos sido testigos de corrupciones varias nos preguntan hasta el hartazgo cómo es posible que un gobernante se venda por cuatro trajes de nada. Ponen en duda que un personaje con grandes expectativas de futuro se deje sobornar por un precio tan bajo y tire por la borda su prometedora carrera política. La experiencia demuestra que a nadie le ofrecen, de entrada, una "mordida" que le resuelva la vida. La carrera del corrupto se inicia, precisamente, con ese eufemismo jurídico llamado "cohecho pasivo impropio", es decir, aceptar pequeñas prebendas (trajes, relojes, bolsos, comidas...) sin aparente contrapartida inicial. Por eso es pasivo, porque para ser activo se requiere que el receptor acepte regalos a cambio de realizar actos u omisiones constitutivas de delito.

El cohecho pasivo impropio se da con frecuencia en pardillos envanecidos por un cargo que les viene grande. Son proclives a dejarse seducir por la lisonja y el peloteo. Los corruptores saben que, con poca cosa, se les quiebra fácilmente la voluntad. La escala de la corrupción va de la invitación a la mariscada al fondo de armario; de la joya a la obra de arte; del Jaguar al yate; de la decoración de interiores al patrimonio inmobiliario y así hasta los que deciden trincar comisiones megamillonarias a cambio de ejercer tráfico de influencias a gran escala. Los que tenemos larga trayectoria profesional y buena memoria hemos asistido al ascenso y declive (a veces, la fuga) de los delincuentes más notables del país. Todos empezaron por pequeñas chorizadas, pasivas e impropias, y terminaron robando en colegios de huérfanos y organizaciones de discapacitados. El rascar y el robar sólo es cuestión de empezar.

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