Cantando cisnemente

Las tribulaciones del joven Wert

El joven Werther de Goethe se suicidó, tras sus tribulaciones, por el amor imposible de una dama. En las tribulaciones del joven Wert, donde el ministro de Cultura confunde un panfleto de Akal con un manual académico, y a Jonathan Swift con Thomas de Quincey, quien va a acabar suicidándose es la cultura.
En las loas a ministros neonatos que aventamos los periódicos, dijimos de José Ignacio Wert que era un hombre muy culto, muy leído y tal, con idiomas y prosopopeyas. Hay que retractarse. Eso de culto también se dijo de Federico Trillo, que había escrito una tesis sobre Shakespeare. Por mucha tesis sobre Shakespeare que escribiera Trillo, un ministro de Defensa que engalana Perejil recitando con diez cañones por banda, y con viento de levante, no es un hombre culto. Es el Pepe Gotera y Otilio del sainete shakespereano.

España, país pequeño que concita el mayor acerbo –sí, con be larga-- cultural de la humana historia, no necesita ministros de cultura. Por eso nuestros gobernantes, de cualquier color, han recurrido siempre, para esta cartera, a los mayores botarates que encontraban en sus filas. Salvo alguna honrosa excepción. De la que nunca me acuerdo.
Las tribulaciones del joven Wert son, en tal contexto, hasta simpáticas. Además, Wert no es ministro de Cultura exactamente. A su departamento le llaman un montón de cosas. Ministerio de Educación, Deporte, Furbo, Parchís, Petanca, Musho Toro Jesulín, Jódete Ciudadanía y al final, solo al final, Cultura. No se puede estar en todo. Como en este país nunca se dimite, el joven Wert tampoco seguirá, gracias a dios, los caminos suicideros del goethiano Werther. Pero la cultura sí. La cultura se suicida.

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