A ojo

El mal banal

En Colombia, las guerrillas mantienen secuestradas a miles de personas –civiles y militares, hombres y mujeres, viejos y niños– por las razones de "la causa": el dinero del rescate o la posibilidad de lograr con el Gobierno un canje de prisioneros que les dé la condición legítima de beligerantes en una guerra civil como Dios manda. De entre tantos, a veces se escapa alguno, o alguno es rescatado por el Ejército, o alguno es liberado sin contraprestación por razones "humanitarias", que son en realidad publicitarias. Y en cuanto recupera la libertad, al cabo de cinco o hasta diez años de cautiverio en la selva, amarrado a un árbol, la prensa y la televisión le preguntan:
"Y allá ¿follábais?".

O, dicho en colombiano: "¿Allá tiraban?".
Y sí, claro. Allá también. Tirar, follar, es una de las cosas que más abundantemente hacemos los hombres y las mujeres. Basta con mirar en torno: somos seis mil millones (por ahora). Follamos en las condiciones más propicias y en las más adversas: al sol y a la sombra, de día y de noche, en los submarinos y en las bancas de los parques, y en nuestras propias casas. Se cuenta que la Papisa Juana follaba con sus cardenales en la mismísima Silla Gestatoria en que la cargaban a misa. Diana de Gales follaba con su novio en el hotel Ritz. Se folla en el cráter de un volcán.  Y también se folla, claro está, en la manigua colombiana: entre guerrilleros, entre secuestrados, entre los unos y los otros. No es frecuente, pero tampoco es raro, que de ahí nazca un niño.
Por eso parece, o me parece a mí, que preguntarles a los secuestrados cuando salen libres que si follaron allá no es sólo frívolo, sino resueltamente criminal. Trivializa algo tan atroz como es el crimen del secuestro. Banaliza el mal, para usar la célebre fórmula de Hanna Arendt en el juicio que se le hizo al burócrata nazi Adolf Eichman en Jerusalén, vieja ciudad que ha visto tantos crímenes atroces.

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