Puntadas sin hilo

La vergüenza de la inmigración

 

Es una noticia terrible. Y de las más preocupantes: El 36% de los obreros votarán a favor de Marine Le Pen, líder del partido francés de extrema derecha Frente Nacional, según un adelanto de la encuesta que publicará hoy el diario Le Monde. Y aventaja en más del doble a los otros candidatos, tanto del Partido Socialista como de la derecha, con Nicolás Sarkozy incluido, que se queda con un 15% de los votos.

No hace falta ser un experto sociólogo o analista para saber que ello se debe a la aversión hacia los inmigrantes, punto central de este partido Frente Nacional. Los obreros representan el 15% del censo electoral y su voto es decisivo, unido al del resto de odiadores  de inmigrantes, derecha y clases medias.

El argumento irrazonable de esa aversión de los trabajadores reside en que los inmigrantes "trabajan más y cobran menos", con lo que les vienen a rebajar su bienestar.

Resulta obvio que la cuestión es enteramente traspasable a España, refugiada aquí la extrema derecha en el PP al no existir un partido significado, como es el Frente Nacional en Francia. Y, antinaturalmente, el PP lo aprovecha.

Es también muy conocido el, parece que irresistible, ascenso de la extrema derecha en el Continente. Finlandia es el último y reciente caso electoral, con el partido que la representa, apoyándose en un fuerte racismo, en práctica igualdad con el resto de partidos y convirtiéndose en balanza de gobierno. Finlandia únicamente tiene el 3,5% de inmigrantes en una población total de cinco millones de habitantes. Los conflictos entre Italia, Francia y la Unión Europea se han agudizado a causa de la llegada al sur de Italia de inmigrantes africanos, que Francia se niega a abrirle sus puertas, y la Unión Europea hace de Pilatos. Sencillamente, Europa no desea recibirlos, y si acaso quiere esclavos, incertidumbres y razones estéticas aparte.

Nuestra clase medioalta y alta razonan que si los inmigrantes no quitasen trabajo, no habría que pagar subsidios a nuestros parados.

En fin, toda una sinfonía del nuevo mundo de la insolidaridad. Pero lo verdaderamente asombroso y patético es que los obreros europeos, con los españoles incluidos, vayan a votar a la derecha dura o extrema porque hay un vecino en el bloque que les molesta.

Claro que ¡cómo yo no me voy a llevar a ninguno a mi casa!, que es a lo más que llega su razonamiento inculto y coincidente con el puro racismo. Ah, eso sí, lo primero que dicen es "que conste que yo no soy racista". Pero ya lo escribió el Nobel derechista Vargas Llosa en un artículo por el que, años atrás, le concedieron el premio Mariano de Cavia: "Tienen derecho a la vida, a escapar de su condición infernal. / Estas políticas están condenadas a fracasar, nunca atajarán la inmigración. Socavan las instituciones democráticas y dan apariencia de legitimidad a la xenofobia y al racismo. /  No quitan trabajo, lo crea y son siempre un factor de progreso. / No hay manera de restringirla, a menos de exterminar con bombas atómicas a las cuatro quintas partes del planeta que viven en la miseria". Eso honra a Mario Vargas.

Terrible, ¿no?

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