Monstruos Perfectos

Max Mosley y el nazismo

Max Mosley –ese señor que preside la Federación Internacional de Automovilismo y se lo monta con putas en sótanos que simulan campos de concentración– quizás sea una víctima. No sólo de la prensa sensacionalista, la mojigatería y las nuevas tecnologías. También de su rebeldía, y quién sabe si asco, hacia su tremenda historia familiar.

Su padre –Oswald Mosley– fundó un partido fascista en Inglaterra. Su madre –Diane Mitford– era una devota admiradora de Hitler, adoraba su retórica, lo consideraba un señor educado y cultísimo con quien mantenía encantadoras conversaciones a la hora del té. Aunque fue su tía, Unity Mitford, quien llevó al extemo su pasión por Adolf y se disparó en la sien (con una pistola que él mismo le había regalado) cuando supo que Gran Bretaña había declarado la guerra a Alemania. Incluso hubo quienes afirmaron que Unity había parido un pequeño Hitler que había dado en adopción, aunque nadie haya podido demostrarlo.

Ahora, acabamos de ver con nuestros propios ojos que a Max le pone atómico jugar a las guardias SS y a los prisioneros en un burdel temático. Y lo hemos flipado. Sin pensar que, tal vez, lo suyo no tenga nada que ver con un ramalazo filonazi, sino con todo lo contrario. Que tal vez lo que a Mosey le excita es negar el sexo de sus padres y trasladarlo a la réplica de un lugar que ellos negaron. Joder con dolor y con miedo. Eyacular sobre su herencia.

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