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Un viaje psicodélico al parque Yellowstone

MICROBIOGRAFÍAS // JORGE BARRERO

La primera conferencia de Kary Mullis tras ganar el Nobel en 1993 tuvo lugar durante un congreso médico en Toledo. El público esperaba impaciente la intervención del químico inventor de la PCR, una de las tecnologías más revolucionarias del siglo XX. Esta técnica permite obtener millones de copias de un gen a partir de un molde único y en la actualidad se emplea para fines tan diversos como las pruebas de paternidad, la identificación de cadáveres en una catástrofe o el control de fraudes alimentarios. Sin PCR, Michael Crichton no tendría coartada para su Parque Jurásico y los equipos de CSI o de House dejarían muchos casos sin resolver. Mullis ha confesado que tuvo la idea una noche mientras conducía bajo los efectos del LSD y la cerveza. Tras escuchar lo que dijo en 1993 y lo que viene diciendo desde entonces, a nadie sorprende esta afirmación...

Y es que las drogas sientan muy mal. En Toledo, Mullis dejó a la audiencia boquiabierta con un discurso que negaba la relación entre el VIH y la epidemia del sida. Posteriormente Mullis ha vuelto a sorprendernos negando el efecto invernadero y convirtiéndose a la astrología tras "verificar" que tres personas –a saber qué otra noche toledana– han sido capaces de adivinar su signo del zodiaco. Pero no dejemos que este personaje ensombrezca a nuestro verdadero protagonista, la bacteria Thermus aquaticus, sin la cuál la idea de la PCR se habría desvanecido al mismo tiempo que la resaca de su inventor.

La PCR es un simulación in vitro del proceso que emplean las células para duplicar sus genes cuando se dividen. El truco está en multiplicar el número de copias repitiendo esta operación varias veces, en ciclos separados por fuertes subidas de temperatura. El problema es que el calor, como ocurre cada vez que cocinamos –o nos quemamos–, produce un cambio irreversible que inutiliza la mayoría de las proteínas, incluidas las necesarias para duplicar el ADN; en las primeras pruebas, la PCR dejaba de funcionar al cabo de pocos ciclos.

Mullis recurrió como solución a un organismo resistente a las altas temperaturas como T. aquaticus, hecha a vivir a más de 80º C en las fuentes termales del parque Yellowstone. Mullis compró una muestra de esta bacteria por 35 dólares y resolvió el problema. Su compañía le recompensó con 10.000 y más tarde vendió la patente por 300 millones. Desde entonces, las ventas suman varios miles de millones. Ajena a este trajín –Mullis y el oso yogui acaparan la fama–, T. aquaticus continúa disfrutando de su yacuzzi natural, entre los géiseres de Yellowstone.

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