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Evolución y adicciones

VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO

* Profesor de investigación del CSIC

Apenas iniciado el siglo XXI, el americano Robert Dudley, de la Universidad de California en Berkeley, sorprendió a los especialistas en adicciones proponiendo (en Addiction, la revista de la centenaria Sociedad para el Estudio de las Adicciones) una nueva forma de ver el problema.  En su opinión, los estudios históricos sobre el abuso de drogas fallaban al presumir una exposición a estas sustancias relativamente reciente, en ningún caso más larga que el plazo de existencia de la propia especie humana. Para drogarse, venía a decir, se suponía la intención de hacerlo, y tanto ese deseo como la forma de satisfacerlo requieren la transmisión cultural. Dudley echaba en falta en ese análisis el marco evolucionista y pensaba que, de incluirlo, el tiempo de contacto de nuestra estirpe con algunas drogas, como el alcohol, debía ampliarse sustancialmente.

Otras veces hemos comentado que nuestros antepasados directos, primates frugívoros, han consumido alcohol por fuerza, bien que en pequeñas dosis, al alimentarse. Es más, probablemente los volátiles vapores de etanol han sido una pista importante para ellos a la hora de localizar frutos maduros, y casi con seguridad el producto ha tenido también una función estimulante del apetito: al ingerir alcohol a las bajas dosis propias de los frutos maduros, los frugívoros se animarían a consumir mayores cantidades de alimento, con beneficio para ellos (que obtienen más energía) y para los frutales (que consiguen la dispersión de más semillas).

Si estas hipótesis son ciertas, pensaba Dudley, consumir alcohol en pequeñas cantidades debería tener efectos salutíferos, y eso es precisamente lo que parece ocurrir (al menos, según muchos especialistas). Por otro lado, dados los evidentes efectos nocivos (a corto y largo plazo) de la ingestión de mucho alcohol, los frugívoros deberían evitar el consumo de piezas con niveles altos. Esta segunda hipótesis ha sido comprobada experimentalmente por Francisco Sánchez, colombiano discípulo de Dudley: murciélagos frugívoros localizan a distancia sus fuentes de alimento gracias a las emanaciones alcohólicas, pero evitan consumir las piezas con más del 1% de graduación (y si no tienen otro recurso, comen cantidades menores que cuando se les ofrecen otras sin alcohol).

Dudley sugiere que a lo largo de casi 30 millones de años el primate frugívoro que somos ha asociado evolutivamente el alcohol a la obtención de beneficios nutritivos. Cuando más tarde, ya culturalmente, hemos dispuesto de alcohol ad-libitum y a concentraciones no naturales, aquella asociación ancestral motivaría en algunas personas o sociedades el consumo reiterado, facilitando la adicción. De alguna forma, los alcohólicos habrían caído en una trampa ecológica, detectando correctamente una clave, el etanol, que a lo largo de la evolución humana estuvo ligada a factores positivos, pero sin advertir que ha dejado de estarlo en el contexto (la disponibilidad) actual.

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