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La viuda del cirujano

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de física atómica molecular y nuclear, universidad de sevilla

Antiguamente, los médicos despreciaban la cirugía considerándola una aberración del verdadero tratamiento de las enfermedades: la dieta y la fitoterapia. En muchas sociedades, el barbero, el dentista y el cirujano eran el mismo individuo, respetado por pocos y temido por todos. Fueron los ilustrados, como hicieron con tantas otras cosas, los que pusieron en valor la cirugía. Pero aún hoy, hay muchos que olvidan las conquistas intelectuales de aquellos próceres dieciochescos.

La madre de una amiga mía fue a un hospital de visita. Se encontró con un médico ex compañero de su marido. Fue muy amable con ella y la invitó a un café. En la cafetería, el hombre se fue a buscar las bebidas y la señora permaneció sentada en una mesa vecina a la que ocupaban varios médicos alegres y ruidosos. Ella los miró apreciando en ellos una juventud sorprendente por excesiva. No pudo evitar escuchar lo que decían en voz demasiado alta. Se divertían a costa de uno que sonreía plácidamente. Sostenían con prolijidades ingeniosas que los únicos avances cualitativos de la cirugía: la anestesia, la antisepsia y la hemostasia, los había proporcionado la ciencia, a la que aquella actividad profesional, más que especialidad médica, era completamente ajena. Los sistemas ópticos que permitían la laparoscopia, los de radiofrecuencia usada para la nucleoplastia, el láser, etc., eran logros de la tecnología, no de los cirujanos. Estos continuaban siendo mecánicos de lujo que podían sajar, reparar e incluso sustituir piezas, gracias a la técnica y la ausencia de dolor, de infecciones y de hemorragias.

Las miradas, incluida la de soslayo de la señora, se dirigieron al joven sonriente. Con algo de pudor, empezó diciendo que los quirófanos se parecían cada vez más a las naves espaciales, al menos tenían el mismo número de pantallas, visores digitales y dispositivos electrónicos. Con voz más firme, añadió que aquellos habitáculos formaban la cúspide de mucha ciencia y tecnología. Pero, ¿era menos digno de admiración y respeto el que tenía como objetivo domeñar el cosmos que el que eliminaba el mal de una persona al que la medicina no alcanzaba? ¿Tan vulgar les parecía la pericia de un astronauta o de un cirujano? Mientras el ruido de la cafetería se hacía fondo lejano, la mujer rememoró las manos de su marido En la palma de una sostenía una extraña tijera de aleación y curvaturas perfectas. Los dedos de la otra, con el índice a la vanguardia, recorrían sus perfiles mientras le explicaba para qué servía aquel sencillo, bello e inquietante instrumento. La voz y las manos eran lo que más le gustaba de él. Al llegar su amigo, quedó desconcertado al descubrirle una lágrima. La madre de mi amiga, viuda de cirujano, sonrió espléndidamente mientras exclamaba: "¡Cosas de vieja!". Se llama María Luisa.

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