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Desazón

VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO 

* Profesor de investigación del CSIC

Aunque popularizada en los últimos lustros, la crisis ambiental no es un descubrimiento de anteayer. En los años setenta del siglo pasado los americanos Paul Ehrlich y John Holdren difundieron una sencilla ecuación que primero motivó una agria polémica con otros ecólogos (en particular Barry Commomer), y más tarde fue aceptada hasta tal punto que, en su formulación inicial o en otras más sofisticadas, se sigue utilizando hoy. El nombre de batalla de su propuesta, que muchos conservacionistas conocen, es IPAT. IPAT indica que el impacto global de la especie humana sobre el medio (I) es resultado de la multiplicación del tamaño de población (P) por lo que ellos llamaron "afluencia" (A; el consumo o producción de residuos per capita) y por un índice tecnológico (T; el impacto, con una determinada tecnología, por unidad de consumo o producción). Los autores reconocen que se trata de una simplificación (los términos no son independientes, por ejemplo, pues A y T son función del tamaño de población), pero es útil.

Desde entonces analizamos y discutimos esas letras. Mi desazón, estos días, viene provocada por la A. Es evidente que los ciudadanos del mundo desarrollado (en particular, norteamericanos, europeos y japoneses) consumimos más de lo que necesitamos y, por supuesto, más de lo que nos toca (a finales del siglo XX una familia estadounidense de cuatro miembros consumía tanto como 80 habitantes de Costa Rica y 280 de Bangladesh). La publicidad nos bombardea para cambiar de coche, comprar ropa de temporada, celebrar el día del padre y de la madre, regalarnos cosas, las que sean, en navidad... Ingenuamente, tal vez, durante lustros hemos argumentado contra el derroche fomentando el consumo responsable, como si el consumismo fuera una enfermedad que se podía, y se debía, curar.

Por eso uno pensaba que una sociedad que reduce el consumo de cosas innecesarias, ajustando mejor sus gastos a sus requerimientos, era una sociedad más sana, mejor. Este año nos llegan menos felicitaciones navideñas y menos agendas; nada nos va a pasar por ello y los bosques saldrán ganando. Pero resulta que, desde que nos levantamos, en la radio, en los periódicos, en todas partes, tirios y troyanos nos exigen que consumamos, nos explican que la maquinaria se para, que vamos al desastre. A lo que parece, si no accedemos compulsivamente a lo inútil tampoco podremos reclamar lo imprescindible: trabajo, sanidad, educación, ayuda al desarrollo, investigación...

Cada día, al despertar, me pregunto si debo alegrarme o debo lamentar que el índice de consumo no repunte. Con Machado, repito: "¿Dónde está la utilidad de nuestras utilidades?". Por favor, que alguien aporte un poco de luz, porque este sistema no funciona y yo no sé arreglarlo.

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