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Los universitarios tristes

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física Atómica Molecular y Nuclear (Universidad de Sevilla)

Como todo grupo humano, la compleja comunidad del millón y medio de universitarios presenta tres subgrupos de límites muy difusos y etiquetado obvio: los buenos, los malos y los regulares. Sin embargo, a diferencia de los albañiles, los policías o los locutores de radio, entre los estudiantes no han de llamar tanto nuestra atención los buenos y los malos como los regulares. Los primeros tienen las neuronas tan despiertas, tal hábito de trabajo y tan buena capacidad de organización, que sacan notas brillantes y terminan la carrera en los años estipulados. Entre las virtudes de estos empollones entrañables está que no se dejan arrastrar por ninguna ráfaga de mediocridad que les azote proveniente de compañeros o profesores. Precisamente por esto son poco preocupantes.

Los malos estudiantes se distinguen porque farfullan una jerga con base en el español o su otro idioma materno; pasan más tiempo en los pasillos, bares y jardines que en las clases; a las que asisten, cuando no charlan entre ellos, atienden con la misma concentración que los muebles; si se presentan a algún examen parcial, se ríen con franqueza ante su desastrosa nota; y así todo. Ocupan aulas, ensucian, anonadan a su familia, agobian a muchos profesores y descalabran presupuestos y estadísticas. Como contra ellos nadie parece estar dispuesto a hacer nada, para qué preocuparse.

El auténtico problema lo plantea la inmensa mayoría de los estudiantes regulares. Llegan a la universidad con un bagaje de conocimientos empobrecido, con un desconcierto vocacional notable, quizá provenientes de ambientes familiares no muy propicios a la cultura y el estudio, y tienen una inteligencia normal pero unos hábitos de trabajo, disciplina y curiosidad relajados desde la infancia. Los primeros exámenes son como los rayos que anuncian la tormenta: los más atronadores. El drama que se inicia con la metamorfosis del estudiante en preparador de exámenes se ha frivolizado desde tiempo inmemorial, ignorándose la angustia e infelicidad que ello conlleva. Apesadumbra ver una persona en torno a los veinte años con la mirada triste y perdida enmarcada en ojeras profundas. Indigna la demagogia de muchas autoridades nacionales y autonómicas que por no enfrentarse al temporal desencadenado en la enseñanza secundaria, porque temen mojarse, permiten que el desasosiego, el desánimo y la irracionalidad enseñoreen las aulas de la universidad. El llamado Espacio Europeo de Enseñanza Superior quizá señale la dirección para enderezar la situación, aunque ya hay un buen número de universidades europeas que consideran que se va a una trivialización de la formación universitaria. Si lo evitamos con ganas, cariño e imaginación, puede que devolvamos la alegría a los estudiantes regulares.

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