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La música de los planetas

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física atómica, molecular y nuclear en la Universidad de Sevilla

A finales de los setenta, los planetas exteriores Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno se dispusieron en sus órbitas de una manera que sólo se repite cada 175 años. Si se lanzaba una sonda espacial, su velocidad se podía ajustar de tal manera que los propios planetas sirvieran de acelerador gravitatorio. Esa pequeña nave utilizaría muy poco combustible, el necesario sólo para corregir y ajustar su órbita. A finales del verano de 1977, se lanzaron dos sondas gemelas, las naves Voyager 1 y Voyager 2, impulsadas por cohetes del tipo Titán. El suministro eléctrico para los instrumentos, porque los paneles solares no servirían a esa distancia del Sol, se solucionó con baterías radiactivas de plutonio que durarán hasta 2025. Hoy las pequeñas naves están a 15.000 y 12.500 millones de kilómetros y sus señales, regresando a la velocidad de la luz, tardan más de 10 horas en llegarnos.

De estas señales que nos envían las dos naves solitarias en su vagar por el frío espacio interplanetario, las que nos llenan de gozo y curiosidad son las fotografías de los gigantescos mundos y sus lunas. Sin embargo, hay un mensaje de las naves que es casi más sobrecogedor que las imágenes: los sonidos. El llamado viento solar lo forman oleadas de partículas, principalmente protones y electrones, que recorren todo el Sistema Solar. La ionosfera es la capa superior de la atmósfera de los planetas formada por átomos cargados eléctricamente. Cuando el viento solar interacciona con las ionosferas, se activan resonancias que generan radiación de frecuencias entre 20 y 20.000 hercios, ¡el rango al cual es sensible el oído humano! Aunque entre ellos y nosotros no exista aire, medio en que se propaga el sonido, una sencilla conversión de onda electromagnética a sonora, como hace un simple altavoz, convierte en audibles las vibraciones de los planetas.

Los sonidos son tan placenteros como los del mar, los delfines y las ballenas, los coros de monjes, los cuencos tibetanos, etc. Con una mínima manipulación, acelerándolos entre tres y seis veces, los planetas emiten sonidos de pájaros, grillos y todo lo que quien los escucha quiera imaginar. Para quien esto escribe, es justo esto último lo que realmente imprime belleza a esas melodías de los mundos: su interacción con nuestro cerebro incitando los sueños. El lector ha de participar en este placer de la sinfonía de los planetas, la más fascinante que se puede escuchar. Esta es una dirección muy amable que lo permite. Disfrute de insospechados paisajes sonoros.

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