Xenofobia y racismo, una epidemia más contagiosa que el coronavirus

Metro de Madrid / Daniel Burgui Iguzkiza (CC BY-NC-SA 2.0)
Metro de Madrid / Daniel Burgui Iguzkiza (CC BY-NC-SA 2.0)

Hodei Ontoria (@hodei_ontoria99)

Esa tarde, con el metro en hora punta, un chico de rasgos considerados asiáticos se estampó contra la puerta del segundo vagón rumbo a Sol. Había llegado al andén justo cuando el metro comenzaba a cerrar las puertas y no llegó a entrar. Dentro del vagón se oyó un comentario: "¡Buah! ¡Menos mal! ¡Es un puto virus andante!". El silencio que se produjo en aquel vagón, en el que no había sitio ni para estar de pie, fue estremecedor. Nadie se atrevió a responder. Algo me hace creer que situaciones similares podrían repetirse y multiplicarse exponencialmente en los próximos días después de que el mes pasado se detectara en la ciudad china de Wuhan un brote con un genoma desconocido hasta el momento: el coronavirus

Madrid fluye. Es una ciudad donde millones de personas están en constante movimiento. Autobuses, metros y cercanías marcan el ritmo frenético de la rutina de la capital. Miles de individuos entran y salen tocando las mismas barras, sentándose en los mismos asientos, estornudando, gritando, teniendo que ir al trabajo con fiebre. Ese es el ambiente en el que nos movemos, y lo vivimos con normalidad.

Hemos sido educados para viajar entre la suciedad tradicional que se encuentra en los autobuses, trenes y demás. Cuando salta una alarma sanitaria internacional hay dos opciones: una es estar calmado y la otra es alterarse y dejar que cunda el pánico. La diferencia entre ellas recae en la distancia; en el caso del coronavirus, se ha originado en China, por lo que los españoles permanecen tranquilos. La tranquilidad dura hasta que saltan las alarmas de casos de contagio en Finlandia, Alemania, Francia... El pánico se apodera hasta el punto de agotarse las mascarillas en las farmacias: el virus mortal está cerca.  

Tanto es así que el periodista Mikel Ayestarán denunciaba ayer en su cuenta de Twitter como la gente se cambiaba de acera al ver turistas chinos, y hay medios que utilizan expresiones sensacionalistas como "alerta amarilla". Los casos de racismo contra asiáticos se están extendiendo como la pólvora en los últimos días por una alerta que solo se relaciona con el genotipo asiático, cuando no todos los asiáticos son chinos, no todos los chinos han vivido en China, y puede que solo hayan heredado los rasgos y haber nacido y haber sido criado en cualquier parte del mundo.

España, Grecia, Hungría, Estados Unidos... trabajan día y noche consiguiendo resultados en tiempo récord de investigación. ¿Qué tienen en común todos estos países? Todos tienen muros en sus fronteras. Sin embargo, es la ausencia de muros y fronteras en la comunidad científica lo que permite desarrollar una solución conjunta al coronavirus. Si las fronteras realmente fueran algo natural estarían impuestas por antonomasia, pasarían de ser la excepción a ser la norma. 

Las fronteras en la comunidad científica caen por sí solas. El miedo se apodera y derriba todos los muros a su paso, del mismo modo que es el miedo a lo desconocido quien ha construido el muro. Las enfermedades las pillamos todos por igual. No entienden de razas ni clases sociales. Cualquier ciudadano puede contraer la gripe, cualquiera puede desarrollar un cáncer en su interior. No obstante, el nivel de movilización de los recursos para su investigación es ínfimo comparado con lo que estamos viendo estos días. 

Cuando aparcamos los nacionalismos a un lado y trabajamos juntos por el bien de todos, no solo centrados en facilitar las operaciones globales de una élite, somos mucho más fuertes. Es el reflejo perfecto de lo que supone la caída de los muros, y la colaboración entre países por un bien común. ¿Si las enfermedades no entienden de muros, por qué las personas con herramientas para buscar una cura dependen de ellos?

Hodei Ontoria es periodista y colaborador de Fundación porCausa.